Aprender… ¿es fácil?
Miguel Bazdresch Parada*
Es una conversación inacabable. Se puede sintetizar así: Aprender es lo más difícil del mundo excepto… aprender. No falla. Al preguntar a los estudiantes de posgrado con los cuales he coincidido en la tarea educativa, cuál ha sido “el primer aprendizaje que recuerdan haber logrado en su vida”, no falla: ninguno de los recordados por los estudiantes es un aprendizaje escolar o relacionado con la actividad escolar estrictamente. A manera de ejemplos: aprendí a andar en bicicleta, a peinarme solita, a jugar con mis amigos, a cuidar mis cosas, a pedir a mis papás lo que quería me compraran… y otros similares, todos relacionados con la vida cotidiana y las acciones gustosas.
Puede parecer una contestación al corazón de todos los manuales de enseñanza escritos desde Comenio a la fecha. Ahora, cuando una vez recibida esa información de lo primero que recuerdan haber aprendido, les pregunto: “recuerdas cómo lo aprendiste”, las respuestas son muy interesantes, pues en la mayoría se menciona un proceso que empieza en “querer” algo por alguna razón y describe las acciones realizadas para lograr lo querido.
Esa experiencia fue la base para preguntar, ahora a los estudiantes de licenciatura, cuáles eran sus deseos de aprender en la carrera seleccionada y pedirles la reflexión sobre su respuesta tal que les facilitara la formulación de un proceso–proyecto de aprendizaje centrado en “eso” que deseaban aprender en la universidad, con el añadido de escribir cómo se harían responsables de su proceso–proyecto de aprendizaje en la universidad. A la mayoría les gustó y recibí interesantes propuestas y apuestas. Otros, no quisieron hacerlo en serio y entregaban “basura” retórica.
Las experiencias con esa práctica mostraron lo difícil que “nos” resulta emprender un proyecto de aprendizaje. Es fácil escribir con el entusiasmo del primerizo, es difícil aceptar la verdadera realidad de cumplir aun haciendo modificaciones, incluso radicales tales como abandonar una licenciatura y optar por otra diametralmente opuesta. Aprender requiere el 200% de esfuerzo, atención, dedicación, honradez interior y conversación permanente con autores, profesores, profesionales, colegas y ¡oh!, libros en el modo de presentación que sea conseguible. Así, toca al profesor colaborar con el estudiante a determinar la pertinencia de su trabajo frente a los objetivos que el/los estudiantes se hayan decidido alcanzar, es decir, en convertirse en experto de “su” aprendizaje.
Así, aprender no es fácil. Requiere intentarlo una y mil veces para reconocer los actos y las prácticas capaces de ayudarnos a aprender, y aquellas prácticas inútiles para aprender. Ahí está la mejor valoración de la práctica educativa: lo hecho llevó a aprender y a valorar lo aprendido. O identificar las prácticas desviantes cuya presencia en los procesos han de suprimirse.
Los libros ayudan. Los planes, los textos, las directrices… ayudan. Sólo la práctica confirma: aprendiste, aprendimos o nos falta.
*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). [email protected]