Apantallados

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Quienes crecimos en las épocas en que había que escribir a mano nuestras comunicaciones epistolares, la lista de las compras y los recados con nuestros compañeros, amigos y familiares, vimos en las máquinas de escribir un aditamento de gran utilidad para asegurar que los mensajes fueran legibles. Los teclados de las máquinas que no requerían electricidad estaban vinculados a unas pequeñas tipografías que se atascaban si nos excedíamos en la velocidad de escritura. Además de que oponían resistencia mucho mayor que los actuales teclados de las computadoras de escritorio o portátiles; ya no se diga en comparación con los teclados virtuales de los teléfonos celulares, esas máquinas pesaban varios kilos. La cantidad de gramos aumentó con las primeras máquinas eléctricas, que resultaban más veloces y cuyo teclado no incidía en pequeñas palancas con tipografía, sino en esferas intercambiables que permitían alternar entre tipografías. Algunos de nosotros llegamos a utilizar unas cajas que ahora percibimos muy primitivas, que se llamaron “procesadores de textos”, que contenían un teclado, una pantalla y una pequeña impresora. Así, la hoja que había que utilizar para imprimir esos textos se procesaba una vez que el texto había sido escrito, revisado y quizá, incluso, hasta discutido con otras personas que podían intervenir en la edición modificando el texto que aparecía en la pantalla de tonos verdes.
Algunos de nosotros pasamos nuestra infancia en una época en que los programas de televisión eran sólo vespertinos y en blanco y negro. En la Guadalajara de los años sesenta había pocos canales accesibles, por lo que siempre me “apantallaba” que en la pantalla de la televisión de mi abuela, en Lagos de Moreno, hubiera más canales disponibles, con la desventaja de que había que pagar una cuota adicional por conectarse a los servicios de unos discos receptores horripilantes que se miraban en las azoteas de todos los poblados de aquellos años. La llegada de las televisiones a color nos dio la oportunidad de pasar varios minutos por sesión ajustando o desajustando, según nuestro capricho de la tarde, los tonos y matices visuales. Un gran avance fue la posibilidad de utilizar un interruptor que se conectaba a la pared y a este cable se conectaba la televisión. Así, era posible apagar la televisión a distancia, aunque todavía había que acercarse y girar un disco crujiente en la televisión. Celebramos como un gran avance que pudiéramos conseguir bromosas cámaras de video para registrar nuestras propias imágenes cinéticas. La llegada de los videojuegos en blanco y negro se convirtió en un gran furor para algunos de nuestros contemporáneos que tenían la suficiente coordinación motriz y visual para aceptar el desafío. Quienes, como yo, torpes de manos y miopes de ojos, nunca atinamos a manejar esos videojuegos, nos conformamos con ver los logros de nuestros contemporáneos y observar las transiciones al color y a la alta definición.
Fuimos testigos de la transición de las noticias desde los periódicos impresos a la radio y luego a los noticieros vespertinos y nocturnos en las televisiones a color. Y transitamos a los teléfonos fijos cuyos números había que “componer” con un disco numerado, a aquellos que tenían doce caracteres (1-9, 0, # y una “c”) para pulsarse con un dedo. La combinación de aparatos por medio de la red mundial en un sólo adminículo portátil impactó casi simultáneamente a todo el mundo. Aunque primero los conocimos en las películas estadounidenses o europeas, estos aparatos con sus pantallas cada vez más nítidas se han convertido en extensiones de casi todos los seres humanos. Algo tan personal o más que la ropa, los zapatos, los sombreros, los bastones o los anteojos. Viajamos con ellos de un lugar a otro de nuestras casas, de nuestros barrios o escuelas y dentro y fuera de nuestras ciudades. Los usamos ya menos para comunicaciones auditivas y solemos utilizarlos para enviar mensajes escritos a través de mensajes de correo electrónico, mensajes sms o por medio de otros programas computacionales a los que suele llamarse aplicaciones o simplemente “apps”. Ya no necesitamos mandar papelitos con recados a nuestros amigos y podemos incluso mandar mensajes a personas desconocidas, solicitar servicios, pagar mercancías y una serie de actividades por medio de estos celulares a los que quienes los venden suelen llamar “teléfonos inteligentes” o móviles. Ahora, estas mini computadoras portátiles nos sirven para ver videos, comunicarnos con varias personas a la vez, con o sin imágenes simultáneas y los coches ahora están diseñados para conectar sus pantallas (incluidas recientemente en sus tableros de fábrica) con esas pequeñas mini computadoras personales.
La combinación de internet y de múltiples aparatos, incluidos los coches actuales, ha llevado al aprendizaje de habilidades para manejar estos aparatos y para aprovecharlos como herramientas para transmitir información, hacer llegar textos, imágenes fijas y en movimiento y vemos con admiración a los estudiantes y a los jóvenes utilizar esos apéndices como si fueran parte de sus cerebros y extremidades. Es cada vez más frecuente que la gente, en vez de ir a lugares y conocer realidades en persona, utilice esos aparatos para que la información de otras realidades y personas llegue a los lugares en donde ellos se encuentran. Aunque yo sigo preguntando a la gente cómo llegar a algún lugar, las nuevas generaciones ven con toda naturalidad consultar su celular y seguir sus indicaciones en cualquier lugar en donde requieran de guía. El “e-commerce” ha aprovechado estas posibilidades de seleccionar, pagar y contratar servicios de entrega para impulsar la venta de objetos e incluso de información (por ejemplo, videojuegos).
El siguiente paso, después de que la pandemia nos hizo descubrir las reuniones virtuales o híbridas apoyadas con esos aparatos, es la posibilidad de lo que había comenzado como un juego de presencia en internet: los metaversos y la posibilidad de tener una realidad paralela a la que vive nuestro cuerpo de carne y hueso. Ya no vivimos en el UNI-verso, consideramos la posibilidad de que nuestras vidas puedan tener diversos cauces y vivirse en multiversos y, según se muestra en las notas acerca de estas nuevas aplicaciones de la tecnología, la idea será transitar del dinero en papel o metal a dinero virtual y bitcoins. La tendencia a estas tecnologías y las posibilidades de realidades virtuales en más de dos dimensiones ha sido parte de una lucha entre grandes compañías dedicadas a la información y comunicación (a la cabeza de esa carrera sus multibillonarios propietarios). Lo que falta por hacer explícito no son ya las carreras profesionales ligadas a estas tecnologías, sino cómo estas realidades podrán ser utilizadas en contextos pedagógicos para que sean las pantallas los espacios que sustituyan a las aulas de nuestra vida actual. Así como lograron sustituir nuestra realidad de blanco y negro, en papel impreso y nuestras comunicaciones cara a cara, habría que ver si estos metaversos ayudarán aprendizajes significativos y solidarios o ahondarán las diferencias sociales de todo tipo en nuestro planeta (una explicación de la noción de metaverso y sus implicaciones económicas y comerciales se encuentra aquí: https://www.xataka.com/basics/que-metaverso-que-posibilidades-ofrece-cuando-sera-real).

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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