Año Nuevo

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El Año Nuevo es una celebración profana que representa el cierre de un ciclo y la apertura de una puerta hacia lo desconocido. Hay una rendición de culto al Tiempo: la valla que saltamos para dejar de ser lo que somos y convertirnos en algo distinto. Por eso se vuelve una fiesta eufórica que hay que compartir con otros, entre quienes se exhibe un compromiso heroico. Y cuando esto no es posible (cuando se celebra a solas o, mejor dicho, cuando no se celebra), resulta una experiencia nostálgica que duplica la soledad: continuar siendo lo que somos, como un sino ineluctable.
A diferencia de la Navidad, donde se cena en familia, el Año Nuevo se presta para celebrarlo con la persona amada. La cónyuge, la novia, la pretendida… Y mostrar ese afecto a los otros, los que están presentes, y lo saben. O lo creen.
En México se comen uvas. Doce, como los meses del año. De preferencia, sin semillas para poder masticarlas según las campanadas. Luego vienen los abrazos. Se desea felicidad y éxito. Beso en la mejilla si se trata de sexos opuestos. La duración del abrazo depende de la intensidad del cariño o del placer por tocar un cuerpo enfiestado.
Existe cierta vulnerabilidad por los que ya no están o por las promesas que los celebrantes se rehúsan a cumplir: dejar la bebida, terminar la tesis, formalizar el testamento…
Como se trata de una celebración del Tiempo (concluir un año y empezar otro), el envejecimiento se acentúa de un minuto al otro. Se exacerban las canas, crece el bigote de los jóvenes imberbes y se ensanchan las caderas de las señoritas. En ese trance se exponen momentos vividos como en una galería de fotos donde el protagonista es cada celebrante. Se incredibiliza la infancia del abuelo y la vejez del recién nacido. Todo a su tiempo. El que celebra solo recorre sus propios años y virtualiza las posibilidades de lo que no fue. En tal circunstancia, la tele resulta un buen sucedáneo para la inconsciencia. Dormir antes de las 12; imaginar que es un día cualquiera.
El Año Nuevo tiene por virtud poner límites. Entre los globos y las serpentinas, se da la bienvenida al nuevo “yo” de cada quién. Entre uno y otro está el horario: las 12. A partir del nuevo día del nuevo año, empieza el futuro. Lo que hayamos sido hasta antes de la décimosegunda campanada, sólo será recuerdo. De manera que antes de tal instante, habitamos el pasado: un limbo que abarca del último segundo hasta hace diez mil años. La civilización humana se debate entre lo que ya no es y lo que promete ser. El presente no existe.
Eso celebramos.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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