Aniversarios de boda

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los aniversarios de boda son pretextos ideales para relucir rencores. Los festejantes demuestran ante la concurrencia el amor que no sienten y el orgullo que les falta para besarse con franqueza. Casi siempre cuentan una historia de felicidad e hijos que resulta difícil de creer y susceptible a la envidia. Los otros casados contrastan su frustración. Los solteros agradecen su estado civil. Los familiares sólo lloran y aplauden y bailan y recuerdan anécdotas adversas ya superadas. Quienes mejor la pasan son los invitados de los invitados que no conocen a nadie. Fuman donde no deben y hacen bromas fuera de tono que son graciosas. Algunas. Se cena bien. Algo hay que compensar. Casi siempre hay una canción en inglés: la de ellos, la de los felices esposos que quisieran -eso dicen- que todos experimentaran la inmensidad de su dicha. La bailan. Los mejores testigos son los hijos ya mayores que saben de la calumnia venial con el pastel de tres pisos y betún excesivo y unos muñequitos de colofón.
Las cumbias anteceden al rock de los años 80. Las señoras se quitan los zapatos y la vergüenza; los señores se ponen la alegría como bufanda. Todos mueven los cuerpos. Suspenden la frustración. Hacen catarsis. Cantan Timbiriche para declarar la generación a la cual pertenecen. Vaya a ser. Luego viene Caifanes (sólo algunos lo celebran). La Maldita versión ligera, Soda Estéreo y Los Hombres G en mexicano y sin apretar la voz. Los de 50 se portan como si tuvieran 20 y los de 20, 70. Los que sí tienen 70 bostezan todos sus años y añoran la época en la que esas fiestas no les daban sueño. Ni con el Tri aplauden. Tienen las manos entumidas y el corazón inconmovible de las estatuas sin nombre.
Los hijos de los festejantes se divierten mucho. Caminan y ven, beben cerveza a escondidas y se ligan a una niña de su edad, mientras sus padres recuerdan cuando tenían la edad de la inocencia y eran capaces de enamorarse con todos los dientes y con las manos. Y sus cuerpos sentían abejas bajo la piel y las lenguas tenían un sabor dulce y a futuro.
El clímax se lo lleva “Payaso de rodeo”, con la coreografía colectiva que todos se saben y siguen como si la hubieran ensayado antes de la fiesta. El “tempo” se acelera hasta lo imposible con el objetivo de que los bailarines pierdan el paso. Los que no bailan, juzgan. Aplauden y critican y se divierten viendo cómo se divierten los que sí bailan. Sin pena ni virtud.
Los aniversarios de bodas son los recordatorios del paso del tiempo. De la forma como las personas cambian y sus sentimientos se adaptan poco a poco a la rutina. La presencia de los invitados pretende contrarrestar el olvido de los que se aman (de lo que se amaron). Pero su esfuerzo es inútil y pasajero.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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