Ángeles

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los ángeles son como perros falderos: andan detrás de la gente en espera de nada. Por la pura naturaleza de su esencia. Se acuestan y se levantan, bailan, viajan, entran al baño… no se despegan nunca. Algo tienen de esclavos; su oficio, algo de condena.
Wim Wenders lo expresó mejor. Se trata de seres apasionados que sienten amor y pena, lástima y miedo, compasión y ternura. Su misión es cuidarnos como se cuida a un niño. Nos guían y nos aconsejan aunque no tengamos conciencia de su cercanía. Son como tíos lejanos: sabemos que existen pero nunca los procuramos. Ellos nos beben los pasos, sedientos de nosotros.
Existen personas que aseguran tener comunicación directa con ellos. Refieren detalles convincentes y descripciones exhaustivas. Explican el tamaño de las alas (no siempre las tienen) y los rasgos de su rostro, el sexo (al parecer lo tienen) y los defectos menores de cada uno: que se tropiezan con los faldones, cuándo dudan o por qué el motivo de su piedad hacia nosotros. Los detalles convincentes se refieren a anécdotas que sólo quien las consulta podría identificar: el crucifijo en el lugar exacto de la casa, el sentimiento cuando murió el perro y la preferencia por un libro. Cosas que no se dicen y que nadie podría saberlas. Sólo el ángel y sólo cuando lo refiere a un intermediario.
Aunque las religiones difieren en la liturgia y en la mitología que las origina, casi todas coinciden en la existencia de los ángeles y en su interacción directa con los mortales. Son antropomórficos y algunos carecen de alas, según su jerarquía y antecedentes. Su misión es señalarnos el rumbo hacia Dios. Tal vez eso les valga un premio: el descanso en una playa eterna o su inclusión al salón de la fama. Se destaca el arcángel Miguel, quien obtuvo su prestigio en las reyertas contra el diablo.
En una cinta de la serie de Wim Wenders, el ángel protagonista acepta la mortalidad por amor. Al poco tiempo, la mujer muere. ¿Castigo de Dios? ¿Mala suerte? El ángel humanizado se queda sin nada, con un expendio de pizzas. Solo y con una vida inútil que también terminará. Todo valió la pena por unos instantes de amor. La película termina con tomas vertiginosas por las azoteas de Berlín.
Por cada alma que se condena, hay un ángel que renuncia. Por cada traición, un ángel que fracasa y, por cada mentira, uno en adiestramiento.
Visto así, los hombres somos un medio para los ángeles. Objetos de investigación y análisis. Su tesis doctoral. Tal vez eso explique las guerras y la injusticia, la pobreza y la enfermedad. O, en el mejor de los casos, su presencia acaso sea una forma de reconfortarnos. Para Wenders, son seres que sienten un profundo amor hacia la humanidad. En “¡Tan lejos, tan cerca!”, uno de ellos salva a una niña de morir, razón por la que se humaniza. Tuerce el destino por compasión.
Quizá no se trate sólo de ficción. Podría ser que por amor, por lástima o simple curiosidad, algunos de ellos vivan entre nosotros. Se casen, trabajen y convivan con las personas como una forma de prolongar un mundo amenazado por la envidia y la destrucción. Quizá lo que de bueno tenemos sea una deuda que les debemos. Una herencia gratuita que no merecimos.
Quizá nosotros mismos seamos ángeles sin memoria; seres con una misión irrecordable. Si algo se añora de un ángel es la posibilidad de volar.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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