Ahora cumple con más

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Nos llegan noticias de otros tiempos en que los docentes tenían que hacer cargo de la limpieza del pizarrón, de los borradores, de ordenar el salón, limpiar ventanas, barrer y trapear, además de impartir clase y mantener a los estudiantes ordenados, asegurarse de que estuvieran peinados, con zapatos y ropa relucientes, de que callaran y obedecieran. Gracias a la especialización del trabajo, muchas de esas tareas ya no son parte de las faenas diarias de quienes nos dedicamos a la docencia e incluso se vería como un intento de invadir funciones de algunos otros miembros del personal de las escuelas.
Sin embargo, en nuestra época sí se han añadido tareas para las que antes ni siquiera existían las tecnologías adecuadas. Escanear documentos, generar archivos digitales de cada una de las acciones reales o simuladas, pero de las que alguien alguna vez nos entregó un documento, publicar en revistas arbitradas, servir de árbitro en las publicaciones periódicas de nuestras especialidades, asistir a congresos, moderar y ser moderado en las presentaciones públicas, diseñar y generar presentaciones, enviar mensajes por correo electrónico, dedicar largos ratos a responder con escritos o con acciones a citatorios y convocatorias digitales. Todo ello además de dar clase y de prepararla.
Por alguna razón, a las burocracias les da por controlar cada vez más las tareas docentes. No es que tengan una preocupación pedagógica, sino que, educados en una tradición fordista de hacer que los trabajadores produzcan mucho y rápido bajo el ojo del amo, los burócratas actuales suelen exigir que los académicos hagan un montón de actividades que acaban estorbando las que nos atrajeron y nos llamaron (por eso es una vocación) a la docencia.
Llenar expedientes, reportes, informes, recopilar documentos de unas oficinas y entregarlas en otras, se harán pronto de manera digital. Los burócratas ya no tendrán que escuchar nuestras protestas ni nosotros verlos a ellos y escuchar sus largas instrucciones de que la cosa no es así, sino asá, porque los nuevos requisitos de las nuevas normatividades, inventadas por algún otro burócrata, exigen que las cosas se hagan de otro modo, olvidando, ignorando o desconociendo la Ley de Haddow, que dicta que son las necesidades académicas las que deben regir las formas de actuar de las burocracias que rodean a la escuela (véase: http://lrmoranquiroz.blogspot.com/2012/05/la-ley-de-haddow-y-los-faits-accomplis.html).
Así, en la lógica de los administradores, las actividades académicas deben regirse por el máximo control y asegurar que cada docente asista a su centro escolar una determinada cantidad de horas, que llene una ingente cantidad de documentos. De la calidad de sus cursos y de sus escritos esta lógica no se pregunta y, al no poder establecer criterios académicos, simplemente genera más tareas que acaban convirtiéndose en taras para los quehaceres que derivan en la formación de nuevos profesionales.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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