Afecto artificial

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

En la era de la comunicación digital, también el afecto admite el artificio.
Los emoticonos constituyen un recurso primario cuando las ideas se restringen. Ahí no hace falta lenguaje: una carita con corazones en vez de ojos resulta una imagen significativa para quien espera recibir lo mismo que da. El amor admite tópicos.
El enamorado sin creatividad puede plagiar los versos de una canción melosa o las frases de un filósofo crítico, para quien lo único valioso en la zona del sentimiento consiste en cortarse las venas. Se imita eso y la muerte inútil de Walter Benjamin.
El chat GPT permite amar bajo apariencias. Amar de mentiritas. Entre tarea y tarea, una adolescente de Secundaria puede expresarse ante su novio con la intensidad con que Josefina de Beauharnais renunció al imperio por amor a Napoleón. En reciprocidad, el destinatario responde con una “selfie” de cuerpo parcial, henchido por el ejercicio anaeróbico y el desinterés de su lascivia.
La inteligencia artificial puede predisponer a los amorosos. Hace mucho que el kamasutra escaneó los protocolos de la dulzura y los límites de la imaginación. El sexo también reconoce pedagogías.
Los modos para tentar la castidad, lo mismo que para ofrecer disculpas, apelan a psicólogos virtuales. En cuestión de amor, la terapia ericksoniana puede ser autodidacta. En tres sesiones, el avatar de Cyrano de Bergerac consigue abrir ostiones y enamorar viudas. O ayuntar desconocidos que viven en continentes opuestos. Nadie sabe adónde atinan las flechas digitales de Cupido con pañal de Photoshop.
Una conversación lujuriosa a través de la red puede ocurrir entre dos punks de la tercera edad o entre una niña ingenua y un bot.
El amor permite la ficción. Mentiras e hipocresía disfrazadas de lo contrario.
Gracias a la inteligencia artificial, un robot puede jurar amor eterno a otro robot. La consumación de su pasión quedará plasmada en la realidad virtual: puede que hasta se casen por la Iglesia, tengan gemelos y los bauticen. Y que éstos crezcan y formen a su vez familias, funden aldeas, colonicen un planeta… Quizá más compasivo, con fundamentos humanos seguramente mejor definidos. Y acaso esa sea nuestra esperanza de perpetuidad. Una inmortalidad de especie trascendida que nos justifique cuando desaparezcamos del mundo analógico, sin árboles de la empatía ni pájaros de la compasión.
Si Borges previó una biblioteca circular que abarcase todo el conocimiento humano, la “big data” contendrá un capítulo muy completo, con ilustraciones en 3D, de las consecuencias civilizatorias de los posibles Adán y Eva y un tal Dios, (este último, menos conocido que nadie.).
La inteligencia artificial ya inventó la manzana, la serpiente y el afecto humano. Con toda su desnudez.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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