Actos humanos
Jorge Valencia*
Un acto humano es moral porque cuando se realiza obedece a valores fundamentales que incumben a la especie, al bien común, a la plenitud de la persona.
Se sabe que la jerarquía de los valores cambia o se acomoda de acuerdo con los grupos humanos y las épocas. Los nazis tuvieron un propósito étnico, pero ni todo el pueblo alemán coincidió con su radicalismo de lesa humanidad ni sus asesinatos pretendían la plenitud de nadie: sólo obedecieron a los intereses abyectos de unos cuantos.
En su “imperativo categórico”, Kant planteó la universalidad moral de los actos: actuar de modo que pueda aplicarse a todos los seres humanos. Pero ¿quién juzga la conducta? Describirla es una manera de reconocerla y las ciencias del espíritu especializan sus métodos.
El Derecho prevé leyes cuyo propósito consiste en fomentar los actos preferibles e inhibir aquellos que no lo son, desde el criterio de la convivencia y el respeto. Quedan temas sujetos a discusión moral aún cuando hayan sido legislados y reconocidos por distintas sociedades: el aborto, la mariguana, la eutanasia… por citar algunos.
Queda claro que la supervivencia de la especie es un parámetro que el siglo XXI presenta bajo condiciones específicas: diagnóstico intrauterino, expectativas de vida, crimen organizado… realidades que los especialistas presentan para una legislación donde el mal menor suele significar el fiel de la balanza.
Aún desde legislaciones liberales, los individuos se enfrentan al dilema de la comisión de ésos y otros actos que repercuten no sólo a un conflicto de conciencia sino a la construcción de una sociedad justa que satisfaga la libertad de quienes se adhieren a ella.
¿De qué manera mitigar la inseguridad? ¿Cómo resguardar los derechos de la mujer? ¿Hasta dónde la dignidad de la vida justifica una muerte decidida?
Los juicios morales deben ser el punto de partida de una discusión asumida no sólo por diputados y senadores sino por quienes constituyen el grueso social. El referéndum podría ser una solución práctica pero limitada. Idealmente, se esperarían mesas de debate, editoriales, seminarios universitarios… Espacios donde el ejercicio de la democracia trascendiera la elección de un candidato y se desarrollara en la discusión de las ideas por el bien común.
¿Quién tiene la verdad? La mayoría de votos casi nunca la garantiza.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]