A esas maestras, en el Día Internacional de la Mujer

 en Rafael Lucero Ortiz

Rafael Lucero Ortiz*

El cerebro tiene sus retruécanos que todavía la ciencia no se explica. Ante la necesidad de expresar solidaridad con mis compañeras maestras, por sus luchas libertarias, de reconocimiento y autonomía acudí, este ocho de marzo, Día Internacional de la Mujer, a una canción: “Homenaje a esa mujer”, que la irrupción del WhatsApp puso en mi celular.
La canción disparó conexiones de neuronas que, en retazos, llevó a mi memoria, al recuerdo de mis maestras, a esas maestras que me enseñaron en la infancia; con las que he vivido y convivido; con las que he caminado proyectos y luchas; con las que trabajo; a las que enseño y al enseñar aprendo.
A esas maestras que fueron mi madre y la tía Eva, en la ranchería donde nací y no había escuela.
A la maestra Socorro Chávez, que cabalgó, acompañada de un hermanito, de la cabecera municipal de Guadalupe y Calvo, al aserradero de San Juan de Chinatú, en la alta tarahumara, porque le dijeron que había una docena de niños y que sus padres les buscaban maestra. No había escuela, no había programas, no había libros de texto, no había salario para la maestra y por fortuna no había evaluación. Había una docena de niños que queríamos aprender, unos padres que querían que aprendiéramos y una muchacha de diez y siete años, que sabía leer y escribir; sumar y restar; dividir y multiplicar. Y fue nuestra maestra. Y aprendimos. Y éramos una docena de niños y niñas de todas las edades entre seis y quince años. No había grados. Mis hermanos y yo conocimos los grados cuando por necesidad de continuar los estudios, mi papá nos mudó a vivir a la ciudad de Hidalgo del Parral. Nos hicieron un examen y nos ubicaron a mi hermano y a mí, a la edad de ocho y nueve años en tercero de primaria. El menor, de seis años, entró a primero.
A ellas quiero expresar hoy, mi reconocimiento y a esas maestras, que caminaron charcos y dejaron huellas en la nieve para llegar a alguna escuela para aprender primero y enseñar después.
A esas maestras, que dejaron su bucólico pueblo para viajar a la Escuela Normal de la ciudad más cercana para ser maestras. A esas maestras, que en vez de retornar a casa, concluidos los estudios, fueron a un pueblo cualquiera a iniciarse de maestras.
A esas maestras, que recorrieron la geografía rural, antes de alcanzar un plaza en la ciudad, que ya casadas, madres de familia, estudiaron un posgrado, con cargo a su bolsillo, robando tiempo al sueño, cumpliendo a diario su trabajo y hoy aceleran su jubilación por no enfrentar la humillación de una evaluación militarizada (vigilancia de catorce mil militares para la evaluación de mil trecientos maestros, reportó la prensa en Chiapas) injusta, antipedagógica, impertinente porque no evalúa lo que interesa: el desempeño y práctica docente. Lo que sucede dentro del aula.
A esas maestras, que se inician con una evaluación que no quieren enfrentar, porque si las califican de insuficientes o no idóneas y son interinas, se les retira, aunque las sustituyan por alguien que no se ha sometido a la evaluación.
A esas maestras, que están en el grupo de los quince mil que no se presentaron a evaluación entre septiembre y diciembre y que se dice serán despedidas. Por su valor a defender el hecho de ser destacadas, ante la simulación de ser descartadas por insuficientes.

*Analista y consultor independiente. rlucero1951@gmail.com

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