Regalos con compromiso
Jorge Valencia*
Navidad es una época de reconciliación. Los almacenes lo saben y ofrecen tarjetas departamentales que fomentan la unión familiar. Los intercambios de regalos benefician el amor filial medido bajo la talla del suéter, el color de la bufanda o el garigol de la corbata.
Un perfume tiene la virtud de recordar al usuario el tamaño del afecto. Chanel demuestra más cariño que el agua de colonia Sanborns. La camisa de Milano no se compara a la profundidad afectiva de Versace.
En temporada de compasión, las pantuflas para el abuelo son un gesto caritativo. La licuadora para mamá, los zapatos de colegial para el sobrino y el tinte morado para la prima punk.
El cariño no se contenta con un abrazo. La deuda convertida en mensualidades sin intereses es el recordatorio financiero de la devoción por alguien. Mientras más mensualidades y más abultadas, mayor resulta el fervor acometido. El obsequio es una inversión que obliga la reciprocidad del cariño. No se puede dar una tarjeta a alguien que regala un smartphone. Se adquiere un compromiso con la aceptación de un regalo costoso. No basta el apretón de manos ni el beso; amerita un débito afectivo que se abonará en cordialidad recíproca.
El contrayente de un regalo admite la obligación de usarlo. El pantalón formal implica el compromiso de vestirse con una camisa de cuello. El regalo es un acto de posesión sobre el otro (eso lo sabe la tía soltera que regala calcetines a sus sobrinos). Obsequiar una planta supone la adquisición de una aptitud horticultora. Unas mancuernillas, una ideología administrativa. Y unos zapatos de futbol, el título de campeón goleador.
Los más virtuosos depositan un cuidado excesivo en la cosa que obsequian. Son los visionarios de las relaciones humanas que prevén la intensidad del agradecimiento. El que regala una víbora endilga una metáfora inevitable. Lo mismo quien da una rasuradora, un jabón, un talco para el olor de pies…
En su oficina corporativa, Santa Claus realiza intensos estudios de mercado. El X-Box predice un niño oligofrénico. Los chocolates, una diabetes melitus y una gargantilla de diamantes, la codicia irreversible de quien se la abroche.
Regalar es un acto de perversidad meditada. Un disparo al corazón para el que no existe ningún antídoto. La única palabra posible es “gracias”. Y con ésta, una sumisión ingenuamente contraída. Al menos hasta la conclusión del financiamiento de Liverpool.
En tiempos de recesión, los Reyes Magos regalan juguetes fabricados en China. Menos duraderos pero más accesibles. Los niños del mundo los destapan, los destruyen y chatean su agnosticismo: su fe se restringe a la inutilidad de una tuerca.
Dar para recibir. Época de reconciliación codiciosa y de imposición afectiva.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]