Vecinos
Jorge Valencia*
La vecindad es una circunstancia fortuita cuyo criterio se norma por la cercanía y la exclusión, no por la afinidad. San Diego y Tijuana definen su preterición por un muro y por una nacionalidad. Los chinos quisieron delimitar la barbarie con la monumentalidad de una muralla. Son vecinos en disidencia. A lo largo de la historia, Irak le declaró la guerra a Irán, Francia a España, Estados Unidos a México, Alemania a todos…
El mensaje parece ser “este barrio es mío”.
Visto así, las ciudades se han construido bajo el arribismo y la tolerancia. Las colonias urbanas son una declaración de advertencia: pasando la cuadra comienzan los demás.
Los expedientes del Ministerio Público están poblados de tragedias vecinales que comenzaron por el maltrato del césped y terminaron con asesinatos arteros.
En la igualdad socioeconómica, los vecinos confirman la diferencia. Todos tenemos uno que aborrecemos, uno que envidiamos; uno que saludamos y otro al que le sacamos la vuelta.
El mejor vecino es el que no se nota. Cuya fachada cumple con el reglamento y el pasto se poda con regularidad. Con un perro que sólo ladra cuando es necesario y unos niños que sólo se notan cuando salen rumbo a la escuela. El que tiene visitantes en Navidad y vacaciona en verano.
Los vecinos que nadie quiere tener son los estudiantes de Sinaloa, un mecánico autoempleado que alinea a sus clientes en las cocheras ajenas, una muchacha en edad de serenata con gustos poco severos, un matrimonio que resuelve sus diferencias conyugales a cacerolazos, un fan de Rammstein, una viejita ministra de la Comunión con activo compromiso de fe (todos los días toca a la puerta para ofrecer el Sagrado Alimento), el que vende menudo los domingos y pone mesas para sus clientes, el que cuelga por cortina una cobija de Snoopy, aquel cuyo tanque de gas gozó del último mantenimiento en 1983, el que amarra a su Rotweiler en el árbol y lo deja defecar en el prado de todos, el mariachero que ensaya trompeta, el que cocina con curry, el que colgó el letrero de “se ponchan llantas gratis” en el límite de la acera, el que fumiga a las hormigas todos los domingos, el que lava el coche a manguerazos, el que saluda de mano y refiere el clima de la semana…
Los vecinos son un mal necesario. Una molestia indispensable. Son el precio que la hipoteca no cubre. Son el menaje del rumbo. El timbal del danzón que no incide en la armonía, sólo marca el ritmo.
El aforismo más oportuno reza “dime cuáles vecinos tienes y te diré quién eres”. Los nuestros son los gringos, los centroamericanos, los caribeños y, con un océano de por medio, los asiáticos.
La vecindad nunca es buena, como argumentó alguna política exterior norteamericana para referirse a nosotros. Surge del contraste. De lo que no somos. Es el espejo incómodo: la advertencia de lo que podemos llegar a ser.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]
La realidad puesta en sabias palabras de nuestro muy estimado académico Jorge Alberto Valenca. El Tenorio de Zorrilla dice” Son platicas de familia, de las que nunca hice caso”, que va de la mano con nuestro dicho popular de “ Son chismes de vecindad”