Santa Claus
Jorge Valencia*
No se vive la Navidad de manera digna si falta una imagen de Santa Claus exhibida en alguna parte de la casa. La leyenda del hombre del traje rojo se ha difundido con la minucia de una mitología. Se conocen con exactitud los nombres de sus nueve renos, la chapeteada proporción de sus mejillas y el origen de los juguetes maquilados por sus laboriosos duendes.
La condición para recibir regalos consiste en ser niño, haberse portado bien y dormirse temprano la noche del 24. Sin embargo, tales criterios resultan relativos: muchos niños bien portados no reciben nada; en cambio, hay quienes obtienen presentes de sobra aún portándose mal, incluso sin ser niños.
Parece inobjetable la regla de dormirse temprano, pues a nadie le consta que Santa Claus personalmente deposite los regalos debajo del árbol. Como en el caso de los ovnis, no existe evidencia de su inserción en casa alguna. El acto se sustenta en la credibilidad de los beneficiados.
El trayecto emprendido por el trineo de Santa es supervisado por una infatigable tormenta de nieve. Inclusive al sur del Ecuador, en países donde diciembre coincide con el verano. O en ciudades como la nuestra donde la única vez que ha nevado fue hace diecisiete años. Tal vez por culpa de Santa y los atajos misteriosos de sus renos guiados por el desorientado Rodolfo.
En México, la costumbre de esperarlo se popularizó desde hace muy poco. Con su barriga prominente, su barba desaliñada y su risa sin motivo, Santa Claus ha desbancado al Niño Dios, a quien ya no hay un mexicano bien educado que le siga pidiendo juguetes. En este sentido, la Navidad se ha hecho laica. El Niño Dios se guarda para milagros más trascendentes.
Hubo una vez que en buena parte del país los juguetes eran aportados por los Reyes Magos, y no la madrugada del 25 de diciembre sino del 6 de enero. El problema apareció con la modificación de los calendarios a cargo de la SEP. Ningún rey, por más mago que sea, admite traer los juguetes un día en que los niños asisten a la escuela y no tienen tiempo para disfrutarlos. Al acortar las vacaciones, algún secretario creativo, sin saberlo, incentivó el advenimiento de Santa. Hoy, casi en todas partes los Reyes se limitan a los monitos de la rosca y el Niño Dios a colocarse en el pesebre y esperar la oportunidad para ser invocado por algo que valga la pena.
Santa Claus es la versión refresquera de San Nicolás, obispo de Turquía durante el siglo IV. El perfil de obeso feliz se popularizó en el primer tercio del siglo XX gracias a los publicistas que exitosamente cocacolizaron al mundo. Fueron más allá de la simple producción de caries. Consiguieron modernizar la tradición al punto en que los artesanos de Tlaquepaque ya incluyen en los nacimientos la figura de barro de Santa. Muy pronto aparecerá entre el burro y el buey, como el cuarto Rey Mago con propensión a la diabetes o como el pariente apócrifo y radiante de San José. Todo es posible en esta temporada.
Lo valioso puede atribuirse al estímulo de la inocencia de los niños. Creer en un mundo fantástico materializado apenas por un carrito de control remoto ante la disminuida pasión por la hagiografía. San Sebastián con todo y su célebre martirio no iguala el fervor del que goza San Nicolás de Bari. Acaso la única competencia en rating ocurra entre las mujeres en riesgo de quedarse solteronas cuando San Martín de Porres les concede el milagro de un hombre. Pero sólo como excepción: a estas alturas, es poco probable hallar mujeres solas.
Santa ocupa un lugar de privilegio en un mundo sin fe. Todos hacemos concesiones la noche del 24. Los disfraces más socorridos son rojos y vienen con almohadones que simulan una panza espléndida, distintivo inequívoco de que en el Polo Norte abundan los carbohidratos y escasean las razones para el escepticismo. Es un hecho astronómico que en diciembre nuestro planeta gira en la órbita santaclausiana. A veces, hasta nieva en Guadalajara.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]
Triste realidad, pero cierta… la navidad, seas o no católico, es la fiesta más celebrada en el mundo, pero ya hace algunos años que perdió su sentido… hoy parece tan solo perderse entre frases publicitarias y un panzón vestido de rojo…
Feliz Año.
Hola Jorge, solo mencionar que no hay que olvidar a los santa claus que abundan en las calles del centro, esperando que algún niño quiera tomarse la foto con ellos y escuchar su lista de peticiones, mientras en su mente se preocupa si, realmente podrá cumplir los deseos de sus propios hijos.
Feliz año 2015.