COMIPEMS y la unión de las familias
Marco Antonio González Villa*
El pasado fin de semana se llevó a cabo la aplicación del examen de COMIPEMS (Comisión Metropolitana de Instituciones Públicas de Educación Media Superior) con el que miles de adolescentes buscan acceder a un lugar en las diferentes escuelas del nivel medio superior en la Ciudad de México y escuelas del Estado de México ubicadas en el área metropolitana.
Fue un proceso tenso y angustiante, no sólo para los aspirantes, lo fue para todos los miembros de la familia. Cada uno lo vive, obviamente, de forma diferente, pero se implican y participan todos.
Cada adolescente debe registrarse primero por internet, elegir sus escuelas de preferencia, posteriormente realizar un pago, asistir al centro correspondiente y esperar la fecha para realizar el examen. Y, comúnmente, durante todo este tiempo de trámites están mamá y/o papá acompañando al futuro bachiller, invirtiendo también en cursos de preparación para el examen con la finalidad de que lleguen lo mejor preparado a enfrentar uno de los retos que marcarán su vida para siempre.
Y llega finalmente el día del examen. Ya algunos habían visitado la escuela sede desde antes o bien había hecho el recorrido virtual desde su casa hasta la dirección asignada. El día sábado aplican los que aspiran un lugar en la UNAM y el domingo quienes solicitaron otra opción.
El aspirante y quien lo acompaña llegan con antelación a la hora citada como medida preventiva, para evitar imponderables que coarten su futuro. Se ve mucho movimiento, puestos de comida, personas que venden lápices y sacapuntas, volanteros de escuelas particulares por si el resultado no es el esperado, muchas personas buscando donde estacionar su automóvil… se respira ansiedad en el ambiente.
Se empiezan a formar las filas y entonces se escucha que sólo entrarán los aspirantes; se escuchan entonces las últimas palabras de aliento “tú puedes”, “eres muy inteligente”, “confiamos en ti”, “aquí te vamos a esperar”, hay tensión en la cara del adolescente y sensibilidad en la mirada y la voz de los progenitores.
Se cierran las puertas y los acompañantes de alejan por un momento, breve en realidad, porque poco a poco nuevamente todos vuelven a ubicarse afuera de las puertas de la escuela a esperar a su amado o amada. Después de poco más de una hora se abre la puerta y sale el primer aspirante en terminar el examen y es recibido con aplausos de parte de todo padre y madre que ahí se encuentran, es un ritual que empezó hace pocos años. Y así siguen los aplausos ante la salida de cada adolescente. Se empieza entonces a diluir la multitud y a disminuir el grueso del grupo. Las familias se van y empieza entonces otro tipo de tensión: poco más de un mes para recibir un resultado que cumplirá el sueño… o bien, generará llanto y frustración en muchos hogares.
Así se introduce a un adolescente de golpe al mundo real: todas las enseñanzas de trabajo colaborativo y en equipo se olvidan y dejan de lado cuando la realidad social le exige competir por un lugar, con un examen que evalúa los menospreciados contenidos en los que la menospreciada memoria es el proceso principal.
Pero lejos de críticas y en un afán de ser positivo me quedo y termino solamente con una idea: definitivamente el examen de COMIPEMS une a las familias. Solamente falta que le pueda cumplir el sueño a todos para que fuera un proceso redondo, pero no se puede tener todo en la vida. ¡Qué lástima!
*Maestro en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]