Sentidos
Jorge Valencia*
En el país de la imprecisión, los mexicanos hemos encontrado el estado emocional que mejor nos define: estar “sentidos”.
Equivale a estar chípil. No llega a tristeza ni a apatía. No amerita el desgarre de las vestiduras ni el repiqueteo de las campanas. Invita al ensimismamiento, a una actitud taciturna, a la introversión. La discreción es una virtud nacional. Sólo se aprecia a alguien cuando demuestra modestia. La soberbia de Hugo Sánchez lo relega de nuestros afectos. Preferimos los segundos lugares, perder una batalla épica. Lamernos las heridas de la derrota.
El debate presidencial es un acto de lucimiento personal, no de discusión de proyectos. Se trata de sobresalir, ser el más guapo, hablar más fuerte… No importa de qué. Los electores no votan por una propuesta; votan por un carisma. En el mejor de los casos, por un “latido”.
Hijos de caudillos arrebatados que siempre perdieron, nos gusta la historia biográfica. La preconización de los santos. El relato de los orígenes de los héroes. En qué momento asumieron la causa, derramaron la sangre, fueron traicionados.
La elección presidencial reproduce nuestros fanatismos atávicos. Volvemos a remar contracorriente. Sabemos que no ganaremos (no queremos, nos da miedo). Nadie triunfa en un proceso reduccionista a buenos contra malos donde el mejor argumento es la denostación, el golpe bajo, la guerra sucia. La polémica de los supuestos departamentos de uno de los candidatos es un ejemplo. La amenaza de convertirnos en Venezuela…
Si cada país tiene el gobierno que se merece, el nuestro es un gobierno que se renueva todos los días a través de los mensajes comerciales de la tele, las contundentes declaraciones desde la ignorancia (“el mejor libro que he leído es la Biblia”), las fotos de los líderes de la sonrisa publicadas en la revista Hola. En otros países la postura política se asume bajo la conciencia de clase, las convicciones profundas, la cosmovisión filosófica. En México, las preferencias se manifiestan en tardes de feria donde el tiro al blanco merece un mono de peluche, un político recién bañado, una plataforma oscilante. Herederos del bandazo, los extremos se suceden sin evolución. El siglo XIX sentó las bases de nuestra política: los balazos y las engañifas. No hemos aprendido nada.
Con un costo económico y social irreversible, quien gane no sumará; quien pierda no contribuirá sino con un “se los dije” rencoroso, ardido.
Ronda el temor del fraude, la vieja concertacesión, la amenaza trumpiana, el voto del miedo…
Quienes desde el 88 han visto que no gobierna quien de veras gana, han perdido la fe. Se declaran sentidos, prevén lo mismo otra vez. Fuegos de artificio, betún y brillantina. Discursos triunfalistas, derrotas épicas. “Ya merito” una vez más.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]