Las asimetrías de la escuela ‘moderna’

 en Miguel Ángel Pérez Reynoso

Miguel Ángel Pérez Reynoso*

De la escuela se han dicho muchas cosas, que es el corazón del sistema educativo, el espacio que garantiza la socialización de niños, niñas y jóvenes, que es junto con la familia los dos ladrillos básicos que garantizan el desarrollo de las personas, la arquitectura de la formación ciudadana, etcétera.
La escuela es esto y más, es el producto institucional de la modernidad y la productora en cierto sentido de ciudadanos, su misión ha sido la de darle razón y sentido a las aspiraciones globales del capitalismo en la cultura, la política y, por supuesto, en educación.
La reciente masificación escolar propició casi en automático el deterioro de la calidad del servicio educativo. Nuestras escuelas han optado por instrumentalizar muchas cosas de las que muy poco se logra documentar.
Para muchas personas, en la escuela se aprende a mediar, a resolver conflictos, a encontrar límites, a detenerse, a escabullirse, a mentir, a decir la verdad, a hacerse visible, a pasar desapercibido, a adaptarse con el docente, a des-adaptarse ante los abusos del autoritarismo escolar.
La escuela es un espacio dialéctico donde se conjuga el conflicto y la negociación, el premio y el castigo, dentro del conjunto de relaciones que ahí se viven cotidianamente.
Suena paradójico la manera en que se habla al generar mayor autonomía para las escuelas a partir del espacio del consejo técnico, cuando cada escuela tiene una idea muy fugaz de su radiografía interna, de sus demandas específicas, de los conflictos verdaderos que ahí se viven y la forma de resolverlos.
En la escuela se aprende a adaptarse, a vivir en el grupo, a aprender, pero también en la escuela se aprende a desaprender. Existe un espacio oculto dentro del propio currículum oculto, la forma concreta en cada escolar incluso en que cada maestro resuelve las demandas con el entorno de manera personal a partir de una subjetividad en construcción.
Sería conveniente que cada escuela escribiera su propia narrativa, en donde develan y hagan visible el cúmulo de situaciones que son invisibles o pasan desapercibidas ante los ojos de los que no quieren mirar.
Cada niño, cada niña y cada vivencia cotidiana son espacios de concreción de una serie de situaciones basadas en un proyecto educativo personal e institucional, el problema es que todo ello se pierde ante la emergencia o ante la irrupción de situación contra-educativas. El proyecto de la SEP no logró mirar los espacios pequeños, ahí en donde se le da valor y sentido a lo verdaderamente educativo.

*Profesor-investigador de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Guadalajara. mipreynoso@yahoo.com.mx

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