Pasatiempos

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Si las acciones nos definen, tener un pasatiempo significa asumir un carácter y una personalidad. Ser consecuente con una manía. Confesar al mundo una obsesión.
Hay quien colecciona objetos inútiles: escudos del América o monitos de Mickey Mouse. Otros se proponen ver todas las películas posibles; el cable no les basta y alquilan también Netflix. Otros más compran zapatos que rara vez se ponen. Lo dicen con orgullo: “tengo 400 pares”. También, una compulsión. Comprar es un pasatiempo costoso por donde se mire. Todo lo adquirible resulta accidental y prescindible excepto para la constitución de la naturaleza del comprador: su esclavitud es voluntaria.
Un pasatiempo presumible consiste en leer. Algunos lo vociferan con la necedad de un profeta canónico. La “superación personal” es también una lectura inútil y perjudicial: hace creer que todo es posible: desde adelgazar hasta convertirse en multimillonario. Ese pasatiempo pueril lo compensa el que duerme. El que gusta de ver futbol es un deportista en ciernes, un proyecto de individuo sano. Sin serlo. La buena lectura no induce a leer sino a vivir. Por eso quien tiene el hábito prefiere no decirlo.
Hitler mataba personas. O mandaba hacerlo. Otros fuman. Otros practican la bulimia: comen y vomitan con una costumbre higiénica y puntual. Hay vicios que también son pasatiempos: comer de todo, todo el tiempo, suple la monserga de resolver otros pendientes. El gordo es un ser eternamente insatisfecho. El que bebe, el que fornica sin hartazgo… Lo que hacemos es lo que somos.
Las abuelas coleccionan recuerdos. Tienen más fotos de las que son capaces de mirar. Y dedican muchas horas a hacerlo. Algunas usan lupas y pañuelos desechables para llorar a sus anchas.
Pasear con el perro es un pasatiempo feliz. Es saludable para todos. También para quien observa desde el balcón de un apartamento altísimo. Recuerda la libertad. La evolución. La amistad.
Lavar el coche se acerca más a una dependencia vanidosa. Supone el cometido del engreimiento. Conectar con esmero las bocinas al reproductor MP3, el aromatizante de pino, las vestiduras brillantes… Tanta limpieza es anormal en un coche. Qué tiempos aquellos del peluchito y la “klinera”. Cuando el coche se acondicionaba para la comodidad, no para pasar por pudiente.
Escribir es también un pasatiempo. Se realiza por catarsis o incapacidad social. Escribe el que se queda en casa, sin plan. El que necesita ordenar sus emociones y no le alcanza para el psicólogo. Lo único ejemplar es la voluntad: alcanzar el compromiso de las 400 palabras. Y, desde el balcón, ver a alguien que tiene el pasatiempo de pasear al perro. Esa es libertad. Pero rara vez la libertad se considera un pasatiempo sino un exceso cuestionable.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

Comentarios
  • Nicandro Tavares

    ¡Ecelente!

  • Nicandro Tavares

    Perdón, ¡EXCELENTE!

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