La lujuria
Jorge Valencia*
La lujuria se genera del deseo carnal. No de la sublimación sino del hambre. Las ganas en su pureza preliminar. Preámbulo, maquinación a priori, promesa en vías de cumplimiento.
Siendo una emoción poderosamente animal, cumple la función de la preservación de la especie.
El lujurioso se expresa con insensatez e inoportunidad. Dice un chiste obsceno y forzado. Observa con lascivia la privacidad ajena. Incomoda y ruboriza. Molesta. El lujurioso no reconoce su patología sino como una virtud hiperbólica. “Dime de qué presumes…”, dice la sabiduría popular.
Tal vez la presunción –casi siempre ocurre– venga de una carencia. El complejo hace catarsis en la mentira, que es una insatisfacción disfrazada. El momento culminante resulta un fuego fatuo, una pirotecnia de instantes. El lujurioso da la sensación de no venir al caso. Aún habiendo una igualdad genérica, los demás le rehúyen y evitan.
La publicidad se vale de la lujuria para fomentar la venta de productos. En algunos casos resulta obvia: la mujer cuyo éxito amoroso se lo debe a Chanel # 5, quien anima la fiesta gracias a la digestión de Buchanans, hasta el hombre con la plenitud que brinda un Ford… Y funciona. La sexualidad es una fuerza motora que mueve al aturdido a pagar para ser alguien.
Las imágenes estimulan la lujuria. Quien ama tiene sensaciones visuales del ser amado, como en los sueños. En este sentido, el lujurioso es un ser dormitante que se guía por las escenas especulativas de su capacidad fílmica. Su “storyboard” es vívido y detallado. El lujurioso tiene alma de cinematógrafo.
En la vida real, la seducción es la virtud con la cual alguien ejerce una poderosa atracción sobre los demás. Inhibe los sistemas de defensa y la víctima cae en los brazos de quien la emprende. Aunque la seducción no siempre desemboca en eso, en la totalidad de los casos supone un encanto que muy pocas veces el lujurioso es capaz de emparejar. Cuando se trata del enamoramiento, el objeto de deseo del seductor es un fin, lo que en el lujurioso es un medio. El lujurioso es un ególatra que se sobrevalora, un insatisfecho que nunca reconocerá su fracaso.
El mundo contemporáneo está edificado sobre valores distorsionados de la lujuria. El parámetro es el aquí y el ahora, el sentir sobre el saber y la dominación sobre la igualdad. Es una forma de poder que condena a los miembros de la población a una potencial suerte de matadero. Como se escogen las reses para la industrialización de los productos cárnicos, la lujuria fomenta en sus practicantes la necesidad de adquirir cremas, ropa y artículos que los conviertan en seres pretendibles. Una sociedad lujuriosa es una sociedad sin convicciones más allá de la apariencia, del flirteo y la posesión nunca satisfecha del todo. Resulta en una suerte de adolescencia sin término y, por lo tanto, una carencia para reconocer las necesidades profundas y las soluciones verdaderas. La lujuria obnubila y deforma y condena a sus adictos a una desventaja ética.
En un país donde el albur es el pasatiempo nacional, la sexualidad se vive con el rubor insano del puritanismo. En este contexto, los albañiles improvisan los ejemplos más logrados de poesía.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]
Celebro las reflexiones a propósito de la lujuría. Sólo una posible contribución. Acaso lo denominado lujuría es un exceso. No creo que el deseo carnal-lujuría sirva sólo para preservar la especie humana. No sé, bien a bien, cuándo o cómo es un deseo excesivo el deseo sexual-carnal: ¿Es posible-deseable la vida sin tal deseo?
¡¡¡ Sensacional !!!