Vacaciones 2

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Luego de la euforia por llegar, las vacaciones presentan el problema del aburrimiento. Como no se trate de un viaje que amerite caminatas concienzudas o aventuras de altibajos emocionales, pocos días de inactividad bastan para descubrir que lo peor del trabajo es que se extraña: la rutina nos brinda identidad. Somos personas de entresemana. El problema de la jubilación consiste en la necesidad de reinventarse a partir de componer la bomba del agua o regar el jardín de por vida. La jubilación es una vacación sin término que deprime y mata. Todos los jubilados, tarde o temprano se mueren.
Mientras tanto, las vacaciones permiten practicar el pasatiempo de la futurización. Descubrir quiénes seremos cuando nadie nos necesite. A solas y sin obligaciones, en el vórtice del hastío ocurre una epifanía: el tiempo es demasiado largo.
Visitar amigos resulta una costumbre insana. En vacaciones no existe el afecto. La euforia de la libertad obnubila el cariño. A diferencia de los sábados comunes y corrientes, nadie siente el impulso de convivir con nadie.
Aunque presenta la ventaja de la catarsis existencial que el consumismo promete, deambular por los centros comerciales tiene el inconveniente del despilfarro compulsivo. Comprar una camisa que no se requiere o unos zapatos que nunca serán calzados.
Resulta un arte provocar que las vacaciones transcurran sin un quehacer específico. Hay quienes aprenden a tocar guitarra. Otros empiezan leyendo a Dostoyevski y terminan escribiendo “Crimen y castigo” sin estética. Los menos creativos pintan la fachada de la casa, aprietan la tuerca de un maneral del lavabo o colocan un mosquitero en una puerta que nunca se abre.
El turista mundial es un pasatiempo que reconcilia el concepto de la posesión y desvincula a las familias. Gratifica ser monopolista aunque se trate en un juego de mesa. Los yernos demuestran la profundidad de su egoísmo y el perro su capacidad para ingerir frituras.
La tele por cable ofrece 50 canales con lo mismo. Ver películas tiende a convertirse en una costumbre individual. La sobreexposición de historias no permite ni siquiera compartir los méritos cinematográficos con los demás. Las tomas y secuencias asombrosas se celebran a solas y se olvidan. Woody Allen se convirtió hace mucho en un una felicidad íntima, como lavarse los dientes o soñar con el mar.
El inconveniente de Netflix reside en despreciar miles de cintas con el acto de seleccionar una sola. Mientras la película se desarrolla, no puede evitarse elucubrar si ésa fue una elección correcta. La cuenta está llena de películas vistas a medias.
No descansamos cuando estamos hartos sino cuando el calendario lo establece. Tampoco volvemos al trabajo cuando sentimos ganas sino cuando las vacaciones se acaban. No existe momento más depresivo.
Si la rutina determina la forma de ser de una persona (con sus miedos y sus preferencias, sus virtudes y sus manías), las vacaciones replantean su inclusión en el mundo. Sólo apartado de sus actividades cotidianas, un hombre es capaz de valorar la profundidad de su insignificancia.
El timbre del despertador anuncia el regreso a la costumbre.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

Comentarios
  • Nicandro Gabriel Tavares Córdova

    Confrontación existencial mi querido Lic. Jorge Alberto Valencia.

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