¿Cómo se mide el desempeño de un director?
Marco Antonio González Villa*
Dependiendo del lugar desde el que se evalúa, evaluar el trabajo realizado por el director o directora de una institución educativa puede ser una tarea difícil o sumamente sencilla. Las posibilidades son varias, por lo que aquí abordaremos alguna de ellas; independientemente de los calificativos empleados, es necesario tener el temple, el estómago, dicen, para aguantar las críticas y saber manejar los halagos, ya sean reales o de labios para afuera. Presentamos a continuación solamente las voces de aquellos que se relacionan directamente con una institución educativa, con sus diferentes criterios de medición del desempeño.
Desde lo político, siempre será bien visto el director que es alineado y obediente, respetuoso de las jerarquías, que cuestiona poco o nada las indicaciones o a sus superiores y que logra los objetivos trazados sin importar si las formas sean convenientes o no desde el punto de vista pedagógico. Lógicamente, se espera que también sepa negociar y resolver problemas, para que no genere mala prensa y lleve a sus autoridades las menos situaciones complejas posibles.
Desde el punto de vista docente, la evaluación depende comúnmente de dos criterios: de la aplicación in situ de la frase “depende de cómo le fue en la feria”, así, los adjetivos o las frases empleadas en el veredicto final, tales como “es bueno”, “sí le sabe”, “es cumplidor”, “trabajador”, “buena gente”, “inteligente” o “nefasto”, “incompetente”, “pésimo” “sólo está ahí porque es conocido de…”, “se ve que compró la plaza”, “le conviene a las autoridades”, “injusto”, “sólo ayuda a los que están con él; entre muchas otras, dependerá de la relación que se genere en el binomio docente-director(a). En las escuelas de la UNAM, por ejemplo, debemos sumar el interés personal de algunos para lograr dicha plaza, por lo que, si no la consiguen, la frustración y la envidia serán la fuente de frases de descalificación y ataque permanente, junto con las expresiones clásicas “yo lo haría mejor”, “tengo mayor capacidad”, “tengo mayor preparación” o “yo haría más cosas”.
La evaluación dada por la madre o padre de familia dependerá del logro de las metas y expectativas que posean, que por lo regular se centran solamente en que sus hijos e hijas obtengan las calificaciones que piensan merecer y que minimicen casi a nada sus errores, por muy graves que sean.
Y de los y las estudiantes, su evaluación dependerá de lo estricto, de lo cercano o de las actividades que promueva. De igual forma que padres y madres, esperan de él o ella que no haya severidad en sus faltas cometidas.
El personal administrativo y de mantenimiento dará una opinión basada también en el trato que se les brinda, así como en la exigencia con que se solicite su trabajo.
Históricamente, siempre había sido una función que muchas personas querían desempeñar, tanto por el poder como por el dinero que suele percibir; sin embargo, hoy en día no resulta tan atractiva la plaza cuando observamos que se le responsabiliza de todo lo que ocurre en su escuela, aunque se actúe de acuerdo a protocolos o que actos agresivos cometidos dentro de la escuela tengan el rostro y el nombre de un estudiante identificado y se opta por no culpar ni sancionar al irresponsable, sino precisamente a quien está a cargo de la escuela. Hay una valoración carente de objetividad de su labor, pero es algo que debe tener presente y consciente quien desee ocupar el cargo. A veces sólo se sacan la rifa del tigre y, lejos de ser un ascenso, puede ser el fin de la carrera de muchos; habría que repensar su rol, pero, sobre todo, los criterios de valoración de su actuación, ya que no siempre es fácil; si no, pregunten a quien ha sido director en CCH Naucalpan: se lidia con más cosas que lo académico, bajo el ataque constante de “compañeros” docentes y se vive en el ojo del huracán. ¿Vale la pena? No lo sé, no he sido director aún.
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx