Proyectitis
Jorge Valencia*
Juan Villoro dice que el medio de comunicación más eficiente en nuestro país es la comida. Entre los huevos con jamón y el jugo de zanahoria, los mexicanos celebramos las distintas formas de un negocio. No existe argumento más contundente que el queso entre los dientes o el trozo de frijol inducido como proyectil sobre el ojo ajeno. Aplicamos el aforismo de “barriga llena, corazón contento” con el apretón de manos que sella un compromiso y la gastritis que lo recalca dosificadamente durante el resto del día.
Todos nos hemos comprometido a presentar un “proyecto”. El proyecto es el “ars poética” del necesitado: el que no tiene para pagar la renta y le da pena pedir prestado, pero puede adaptar sus convicciones para la resolución de una empresa que beneficie a otro. El proyectista gana dinero; el destinatario, un amigo agradecido y dispuesto a bolearle los zapatos con la camisa.
Lo primero que el proyectista se plantea, en la soledad de una terraza con café de refil, es cómo apantallar al otro. En esto no se escatima. Aun reconociéndose el ateo más recalcitrante, puede diseñar un proyecto del movimiento familiar cristiano para un cura diocesano con necesidad de adeptos. Todos ganan. Uno, pretexto vocacional; el otro, indulgencia limitada al pago de sus deudas.
Hacer un proyecto consiste en elaborar una promesa con meticulosidad y empatía: todo es adaptable a lo que alguien quiere oír, saber, tener. Desde un guion cinematográfico con primeros actores incluidos y locaciones en Marte hasta los planos de un desarrollo urbanístico en una jungla protegida. La proyección no reconoce lindes. La creatividad se engalana con lo imposible.
Por su parte, encargar un proyecto es una manera de ejercer la autoridad sobre los otros. Las horas que se dedican, los objetivos que se trazan, la inversión que se justifica y los recursos humanos que se requieren para llevarlo a cabo demuestran la jerarquía del solicitante. Un proyectito barato y simple refiere una autoridad reducida; en cambio, un proyecto costoso y mediato demuestra magnanimidad y esclarecimiento. En cuestión de proyección, nadie hace el feo. El empresario exitoso, el político preclaro o el director editorial de época se miden por la cantidad de proyectos que almacenan en los cajones de su escritorio. Proyectar no empobrece, dice el refrán: cumplir es lo que aniquila.
Una nueva profesión merece grado: la de Licenciado en Proyectos. Cualesquiera que éstos sean, lo primero a considerar debe ser la virtud para el deslumbre. El metaverso de un sueño incumplido. Y la raigambre profunda como predisposición al olvido.
*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx