15 de mayo Día de las Maestras y los Maestros. Aprender para enseñar y enseñar para aprender
Miguel Ángel Pérez Reynoso*
El día 15 del mes en este país, es decir, el 15 de mayo, la sociedad mexicana hace referencia retórica, verbal, a veces demagógica, de una de las figuras de las profesiones más destacadas en nuestro país: es el Día de las Maestras y los Maestros.
Cada año el formato es muy parecido; se viven en paralelo dos expresiones muchas veces antagónicas para celebrar y hacer referencia al ser maestra y ser maestro. Por un lado, los discursos vacíos en ceremonias oficiales cerradas, acartonadas, entre las autoridades educativas y los dirigentes sindicales. Ahí se premia a docentes por los años de servicio: 30, 40, 50 años o más. En otro lugar, las maestras y los maestros salen a la calle bajo un sol inclemente, gritan, protestan y se manifiestan para exigir respuesta de un pliego petitorio eternamente postergado: “DEMOCRACIA SINDICAL Y AUMENTO SALARIAL”.
La profesión de enseñar es la más noble; se coloca por encima de todas las demás: los ingenieros, los médicos, los abogados, los arquitectos, etcétera, tuvieron maestras y maestros que les enseñaron el arte y la técnica de la profesión. Desde educación básica o antes, aun desde las primeras letras, las maestras y los maestros están ahí, acompañando a los escolares en su proceso formativo:
SI PUEDES LEER ESTO, ES QUE TE LO ENSEÑÓ UN MAESTRO.
Leí eso hace algunos años en una pancarta un 15 de mayo como ahora, y como ahora, aprender a leer el mundo y descifrar las líneas de la compleja realidad se comienza a aprender desde casa y se continúa al lado de un maestro o de una maestra.
Las maestras y los maestros tienen que aprender a enseñar, primero a partir de la formación en las escuelas normales, después producto de la experiencia y los años que van sedimentando saberes profesionales en contextos concretos y en escuelas cuyas problemáticas casi nunca caben en un libro.
Del otro lado, tenemos la capacidad y el compromiso de enseñar para aprender. La profesión docente es de las más exigentes, si así se le quiere ver, aunque uno nunca deja de aprender; aquí los nuevos libros van desplazando las ideas pedagógicas de los antiguos manuales de pedagogía.
Enseñar a otros para aprender uno mismo tiene que ver con la reflexión y la introspección de lo que se hace, con encontrarle el sentido a cada contacto, a cada palabra y cada acción en el aula.
Pensemos en preescolar, al interior de un aula; una niña pequeña de cinco años le hace preguntas a la educadora a su cargo. La niña está sorprendida y un poco asustada por el actual estado de cosas; habla de asesinatos, de autos quemados, de muertes que aparecen por todas partes. La niña tiene una hipótesis y la educadora le cuestiona para acercarse a conocer qué es lo que piensa y qué es lo que sabe. Al final la educadora concluye: “Pero Adrianita, ten la certeza de que aquí en el jardín todas y todos estamos seguros, porque nos queremos, nos cuidamos y además disfrutamos de lo que hacemos todos los días”.
Esta respuesta no la aprendió la educadora en la escuela Normal, ni tampoco viendo noticieros o estando informada; dicha respuesta surge desde el corazón, de un compromiso profesional y moral con cada uno de sus alumnas y alumnos. Para ello se ocupa tener toque, claridad y capacidad de encontrarle el sentido humano a toda relación educativa.
Así como el relato anterior, hay miles de ejemplos que se viven todos los días; por eso las y los maestros que dejan huella son aquellos que dudan, que no obligan y que se exigen a sí mismos ser mejores. La escuela actual no debe trabajar con certezas en donde todo ya está dicho, sino con dudas e interrogantes que sirvan para caminar.
En este 15 de mayo, un sincero abrazo a las maestras y los maestros, que aprendieron a enseñar y que están enseñando para aprender.
*Doctor en Educación. Profesor-investigador de la UPN Guadalajara, Unidad 141. [email protected]