Orejas
Jorge Valencia*
Las orejas no se prestigian por la forma que tienen, sino por las cosas que escuchan. Lo que oyen las amolda.
Las grandes parecen hechas para escuchar sonidos más lejanos: un perro en lontananza, una campana de un templo, un avión a cien kilómetros de altura… Las pequeñas, en cambio, perciben matices sutiles de cosas cercanas: el caminado de un grillo, las gotas del lavabo, el corazón de la persona que duerme en una cama compartida.
Las orejas definen a las personas: los meticulosos o los displicentes; los gentiles o abominables. Las orejas de Hitler debieron ser puntiagudas, como las de Drácula. Incapaces de escuchar lamentos, diseñadas para escucharse sólo a sí mismas. Orejas autófagas consumiéndose sus propias palabras.
Hay orejas que escuchan con atención. En éstas, las palabras de los otros se plantan como semillas que florecen gardenias. Son orejas botánicas que riegan jardines coloridos de ideas (las palabras tienen denominación de origen; las ideas son gorriones que cantan para todos. Para todos los que escuchan).
Son las orejas cañas de pescar que atrapan peces para nutrirse y significar el mundo. Una canción triste, un tacón de mujer en un andén, un silbato de ferrocarril, una lluvia tenue… Y el título de un corazón que se rompe. De película en blanco y negro. Música de Jazz.
Si las orejas son lo que escuchan, se diferencian entre sí por su gravedad o su agudez. Hay orejas roncas que oyen tenor. Otras son sopranos, contraltos, barítonos… Las orejas más agudas escuchan en sueños ardillas. Las otras, sueños gordos y pesados: elefantes, tractores, problemas laborales.
Los monjes que se concentran son capaces de bloquear sus orejas. No sólo ellos. Quienes viven junto al aeropuerto, llega el momento en que ya no oyen a los aviones que aterrizan o descienden. Con suficiente práctica, todos somos capaces de desoír selectivamente los sonidos que nos estorban. Los gritos de los vecinos. El berrido de un bebé ajeno. El maullido del gato a las cuatro de la mañana…
Hay orejas que escuchan corridos tumbados. Otras, a los Rolling Stones. A Rubinstein tocando a Chopin. Algunas son capaces de distinguir sutilezas. Se dice que Charly García, el rockero argentino, posee oído “absoluto”: percibe los sonidos cotidianos como notas musicales. Puede que no sea un don, sino una maldición.
Como solución compensatoria, las personas que padecen sordera se ven obligadas a aprehender el mundo a través del eventual sobredesarrollo de sus otros sentidos. Aguzan el tacto, la visión, el olfato…
Siempre será más placentera la sinfonía de la Naturaleza. Los pájaros, el viento, la lluvia. Tiene el poder para reconciliarnos con la existencia. La propia y la de los otros. El tráfico vial, los insultos callejeros y los gritos desaforados, por el contrario, nos regresan a la realidad: es lunes posvacacional.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]