Aprendizaje: esa urdimbre

 en Miguel Bazdresch Parada

Miguel Bazdresch Parada*

Aprender, ese acto con el cual las personas nos encontramos todos los días. Aprender, ese objetivo por el cual millones de personas en el mundo dedican más de la mitad de su vida útil. Aprender, ese misterio por el cual padres, madres, amigos, amigas, desconocidos y conocidos se asombran cuando un estudiante, un profesional, un investigador o una persona de todos los días nos comunica un descubrimiento, un pensamiento, una vivencia, una desilusión o una fuente de vida.
Bien visto, hasta el acto más cotidiano y dicho sin especial énfasis nos comunica un aprendizaje. Si escucho un “buenos días” de parte de una persona que se cruza conmigo en la misma banqueta, estoy escuchando un aprendizaje. Si llegamos a nuestro trabajo, salón de clase, oficina o despacho, y ahí se encuentran los y las colegas con las cuales trabajamos todos los días, espontáneamente les dirijo un festivo, o quizá no mucho, “buenos días”, según el ánimo de mi ser por el trabajo ese día.
Pocos misterios como el aprendizaje. Pocos hechos producen más ilusiones en un maestro o una madre de familia que escuchar al hijo o la hija decir: “Ya aprendí a multiplicar”. Una de las cuatro operaciones aritméticas fundamentales provoca una de las mejores satisfacciones cuando, por fin, el niño, la niña, el trabajador, todos enojadizos con el 423 x 159, comprendieron el misterio de la multiplicación, la suma condensada, capaz de ahorrarnos miles de sumas. Y nada más triste para un educador que la recitación sin emoción de las muy antiguas “tablas de multiplicar”, como prueba de su saber matemático.
El verbo, la acción de aprender, está enredada en nuestro ser humano desde el nacimiento hasta la muerte. Aprender es un bregar con una red de mil nodos capaz de penetrar hasta la última neurona del cerebro y hasta la uña más chiquita de nuestro pie izquierdo. Esa es la verdadera valoración del aprender: la conmoción que causa en el aprendiz el descubrir algo antes increíble, comprender un modo de pensar antes incomprensible, reconocer en las partes de una enseñanza un todo antes aburrido, luego un discurso deslumbrante.
El aprendizaje es una verdadera urdimbre, la cual poco a poco se apodera de todas las partes de nuestra humanidad y nos suscita emociones de todos tipos, sentimientos de expresiones contrarias y de gusto, pensamientos encontrados, resultados desde incomprensibles hasta alegrías insospechadas. Esa es la riqueza en un salón de clases: unos comprenden las indicaciones profesorales, otros sólo parecen entender; a unos les gusta estudiar ciertos temas, a otros no. Y al fin, todos, entendidos unos y no tanto otros, salen al mundo no escolar y van a vérselas con mil y una demandas y habrán de atinar o decidir con cuál aprendizaje pueden atender esa demanda. Si su aprender se “instaló” como una red en toda su persona, darán respuesta con rapidez. Si solo su aprender está en su memoria, la respuesta tardará hasta encontrar, después de varios intentos, cuál es el tema adecuado a la demanda.
El aprender tiene muchos caminos de proponerse y el aprendizaje, por tanto, puede tener muchos caminos para apropiarse. De ahí la importancia de ofrecer al estudiante, quizá los mismos contenidos, multiplicar, por ejemplo, en variadas versiones; de tal modo no sólo comprenderá la multiplicación, sino que aprovechará los diversos caminos del aprendizaje cuando la vida le pida respuesta a una demanda.

*Doctor en Filosofía de la Educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). [email protected]

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