¿Cuál es el ideal educativo para el México del mañana?

 en Miguel Ángel Pérez Reynoso

Miguel Ángel Pérez Reynoso*

Como se reconocía en el mundo antiguo mexicano, el ideal educativo de los antiguos aztecas estaba definido en el compromiso de “poner rostro y corazón”, es decir, de formar personas. Se trataba de moldear, como si fuera una especie de arcilla deforme, para hacer personas. Poner rostro y corazón es la metáfora de formar personas, con una identidad propia (el rostro) y con una espiritualidad compartida socialmente (el corazón).
Con el paso del tiempo, el ideal educativo se fue transformando a través de la influencia del contexto, con la llegada de los españoles que oficialmente se reconoce en el año de 1521 y el sometimiento del yugo de la corona española. El ideal fue de adaptarse y sobrevivir; con el largo mestizaje, al final se generaron muchos Méxicos, de acuerdo a la región, a la etnia y a la capacidad de resistir ante el sometimiento.
En los primeros años del siglo XIX aparece por fin una idea potente al anhelar un México independiente y desligarse del yugo español, pero luego vinieron otras amenazas de otros imperios, el francés y el norteamericano, junto con los problemas internos. La culminación de la Guerra de Independencia el 30 de setiembre de 1821 fue un triunfo con sabor a derrota o una derrota con sabor a triunfo. Ya éramos México un país, sin dependencia del exterior.
La revolución mexicana de 1910 fue un ajuste de cuentas particular, al tratar de enmendar los largos años de mestizaje y colonización; había quedado torcido el México nuevo y había que repartir con justicia la herencia de injusticia que venía desde la Colonia.
México despertaba al siglo XX partido en dos: los de arriba, los pudientes, los poderosos, esa minoría criolla que supo sacar provecho a las circunstancias de una revolución que solo amenazó parcialmente sus intereses de clase; y los de abajo y muy abajo, los pobres, los jodidos, los rotos, los desarrapados, los parias, ellas y ellos, se convirtieron en carne de cañón para las siguientes revueltas: la cristera, la expropiación petrolera, la lucha por la tierra y el reparto agrario, etcétera. Fueron eternos luchadores, pero constantes perdedores. El ideal social y educativo era de mantener una lucha constante por la justicia, la libertad y el respeto al derecho de las mayorías, sin perder la perspectiva de la unidad nacional. Todos cabíamos en un México: diverso, deforme, asimétrico e injusto.
México se dio cuenta de que era un país combativo que seguía a cualquier caudillo que se apareciera, pero casi siempre la causa popular o fue traicionada o fue derrotada. Persistía la frase lapidaria de Porfirio Díaz: “Ese gallito quiere su maicito”, y el maicear a las disidencias, a los críticos y a los cuestionadores sirvió para comprar conciencias y para fabricar disidencias falsas. Hoy en día, en muchos ámbitos, el oportunismo se ha tornado en la constante; tenemos charros de izquierda, revolucionarios de derecha y una gama más o menos amplia de espejismos ideológicos, dentro de los cuales todos y todas sacan provecho, estiran la mano y cobran.
En esta larga trayectoria existe un actor que es fundamental: el magisterio nacional, con sus distintos matices e identidades. Las maestras y los maestros aprendieron a luchar y a estar al lado de los pueblos que luchan, de esta manera, la enseñanza se hizo combativa: “En las aulas sembramos las conciencias y en las calles hacemos la revolución”.
Hay una lista de maestros revolucionarios que murieron congruentemente: Lucio Cabañas Barrientos, Genaro Vázquez Rojas, Arturo y Jacobo Gamiz García, Misael Núñez Acosta y una lista que se hace larga. Aquí aparece un fenómeno inédito: una cosa era lo que se dictaba desde la burocracia educativa y otra, muy distinta, lo que se realizaba y sucedía en la realidad. El currículum nacional quedó partido en dos.
La pregunta que aparece ahora es: ¿Cuál es el ideal educativo para la educación del México del mañana?
La amenaza y la beligerancia de los EEUU nuevamente nos obligan a pensarnos en el tipo de nación que somos y a la que aspiramos ser. México sigue partido y dividido, como desde el origen, en dos grandes bloques de las pugnas de clase: liberales vs. conservadores; burgueses vs. proletarios; los chairos vs. los fifís. Pero en todo ello, y ante la amenaza del exterior, se antoja hacer un nuevo llamado a la unidad nacional, pero no como una abstracción, sino como una medida coyuntural que sirve para no olvidar el pasado y la deuda histórica que se tiene con los que están abajo, pero también para no ignorar el presente, cargado sobradamente de promesas incumplidas. El ideal educativo nos llama a actuar unidos como mexicanos sin olvidar el origen y la deuda pendiente que tenemos internamente.
Parece que tenemos muy claro quiénes somos y de dónde venimos, pero lo que no tenemos del todo claro es hacia dónde nos dirigimos en estos tiempos de confusión social, política y también educativa.

*Doctor en Educación. Profesor-investigador de la UPN Guadalajara, Unidad 141. [email protected]

Comentarios
  • Luis Christian Velázquez
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    Gran reflexión, no debemos olvidar la misión del magisterio: en las aulas sembramos conciencias. Me parece que el planteamiento tiene una vigencia fundamental para comprender cómo nos asumimos e interpretamos la realidad.

    Crear un magisterio que no olvide su pasado, entienda su presente y ayude a la toma de conciencia crítica de la realidad.

  • Miguel Ángel Pérez Reynoso
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    Luis agradezco tu lectura. Es exactamente la intención de la idea que se pretendía difundir
    Gracias por leer y comentar.

  • Juan
    Responder

    Un Punto por considerar son Los nuevos docentes, Los que estan entrando al magisterio, sus perfiles e ideologias. Y, otro, el papel de Las instituciones de education privadas, en la construccion de este nuevo Mexico.

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