La experiencia laboral ¿sobrevalorada o minimizada?
Marco Antonio González Villa*
Hablar del tema de la experiencia que posee un candidato para un puesto de trabajo nos conduce a reflexionar en torno a los beneficios o no que ésta puede ofrecer a las instituciones y organizaciones del mercado laboral. Obviamente, la experiencia es totalmente necesaria para desempeñar algunos puestos, por ejemplo, en aquellos que implican el manejo de equipo, herramientas o programas especializados, pero cuando se refiere a trabajo directamente con personas, los criterios que se toman suelen generar controversias, ya que pareciera que la experiencia es innecesaria, llegando incluso a ser negativa o un estorbo. En este sentido, en el caso de la educación hay diferentes ideas que dejamos aquí con el fin de pensarlas y cuestionarlas para fomentar un análisis y diálogo al respecto:
1. La experiencia no importa. Si para ocupar una plaza como docente o como directivo, ya sea por promoción o por nuevo ingreso, el único criterio de elección y contratación que se aplica es la aprobación de un examen, implícitamente el mensaje es que la experiencia no es necesaria para desempeñar esos puestos. La situación es aún más clara y lamentable cuando se dan plazas a parientes o a personas que apoyaron campañas de orden político; de hecho, hemos tenido subsecretarios o secretarios de educación con nula experiencia en el ramo.
2. La experiencia permite el aprendizaje de malas prácticas. Es común ver llegar a las escuelas a docentes jóvenes con todo el entusiasmo y la actitud para el trabajo; sin embargo, poco a poco, dicen algunos, el sistema los cansa, los alinea, los controla y se los va comiendo de una forma tal que se aprende a actuar para cumplir con lo solicitado, pero disminuyendo el nivel de pasión en la práctica a partir de la aceptación de la falta de libertad y autonomía en el ejercicio profesional.
3. La experiencia es relativa. Este es un punto interesante, dado que, si consideramos las diferencias que existen entre generaciones y entre estudiantes de forma particular, desde un punto de vista ontogenético y desde la neurodiversidad, enfrentamos entonces cada ciclo a grupos nuevos, con características propias y únicas, lo que implica irlos conociendo para saber qué estrategias emplear y las formas para generar aprendizajes de una forma más eficiente, funcional y significativa.
4. La experiencia es nada ante el saber de escritorio. Pese a que son los y las docentes quienes saben la dinámica y situaciones que ocurren al interior de un aula, su opinión cuenta poco y se validan más las propuestas de personas que no trabajan para un sistema, que generan propuestas desde un escritorio y desde el desconocimiento o la inexperiencia en el contexto, pero que son validadas por autoridades impresionables sin experiencia en educación: en los foros de educación suelen opinar y considerarse siempre a las mismas figuras y no a docentes de verdad, de los que enfrentan realidades distintas a las que se describen en ponencias y reformas.
No obstante, pese al desdén, la experiencia siempre trae consigo un aprendizaje, sabiduría de cómo poder actuar en situaciones difíciles e imprevistos, de cómo corregir una estrategia sobre la marcha, de realizar diagnósticos grupales e individuales con mayor rapidez y validez, de cómo lidiar con padres y madres también difíciles, entre otros aprendizajes, por lo que, para el magisterio, la experiencia nunca será descartada o minimizada. Al final, no olvidemos, la filosofía popular es clara: más sabe el diablo por viejo que por diablo, teniendo aquí una clara alegoría a la experiencia. Hay que pensarlo, ¿no?
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]