Traducción en investigación ¿soberbia de las ciencias sociales?

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Traducir no es una tarea fácil, siempre es difícil, dada la implicación de interpretar y referir lo existente en formas distintas fonéticamente hablando, pero similares en lo semántico: cada idioma y cada lengua disponen de un amplio marco de referencia que dota de un corpus de significados que son compartidos por un grupo de personas y/o sociedades; es el legein del que nos habla Castoriadis en La institución imaginaria de la sociedad, que regula la forma de hablar y de escribir, así como obviamente, de escuchar y leer, es decir, de comunicarse con otras personas.
Traducir, entonces, implica apropiarse de dos culturas o del pensar de generaciones distintas, como la de nuestros estudiantes, que entienden y expresan distinto lo que se percibe, basándose en una lógica particular y considerando un recorrido e invención histórica de cada palabra. Solamente alguien que asimila y, sobre todo, entiende la base de una lengua o un idioma de, por lo menos, dos mundos diferentes es capaz de trasladar, de un mundo de significados a otro, palabras u oraciones de una forma pertinente y precisa, sin perder la esencia y el contexto real que posee cada término. Traducir une dos mundos, derribando así barreras o fronteras, tendiendo puentes de comunicación.
Sin embargo, las dificultades empiezan cuando una palabra o expresión de un grupo o sociedad no encuentra algunas de similar significado en otro idioma o lengua, haciendo difícil la traducción y perdiéndose, precisamente la esencia o el contexto. Al mismo tiempo, el juego de palabras que se pueden dar en una lengua o idioma tampoco encuentran sentidos similares en otra: el albur mexicano o los juegos y dobles sentidos psicoanalíticos son ejemplos claros. Hay idiomas y lenguas que disponen de más vocablos que otras eso es innegable.
Considerando la premisa previa, el lenguaje académico ha creado también un mundo de significados que tiende a compartirse solamente con un grupo reducido de personas que se dedican también, al mismo campo laboral o la investigación y, pocas veces, se emplean en sus categorías términos que son comprensibles y asimilables por las mayorías; se convierte en un lenguaje exclusivo, encriptado básicamente. No obstante, pese a esta limitación y alcance, en muchas ocasiones quienes se dedican a la investigación o la construcción teórica basados en la empiria, se dejan llevar en muchas ocasiones por la soberbia y asumen que tienen el derecho y la capacidad de traducir los términos que un investigado les comparte, imponiendo su lenguaje teórico sobre las y los participantes, asumiendo que cada palabra obtenida dispone de un concepto académico al que puede traducirse, para ser interpretado y explicado a colegas, no al resto de las personas. La investigación así, limita el diálogo investigador-investigado: no hay traducción, no hay consenso, hay imposición categorial y hegemonía de lo académico sobre el lenguaje de cada participante.
Lógicamente, entendemos que cuando se busca generar conocimientos estos siempre vendrán acompañados de categorías, nociones y conceptos que acotan y describen teórica y epistémicamente un fragmento de realidad, pero, si no hay devolución de la palabra que denote asimilación y comprensión de lo compartido, así como tampoco un deseo y tarea de traducir los resultados de una investigación a, en, los términos empleados cotidianamente por los participantes, no se están tendiendo puentes entonces y, seguramente, se está traduciendo mal o al menos diferente lo obtenido. Traducir no es fácil, implica entender y respetar dos formas de leer el mundo ¿todo científico social traduce de forma válida? No lo sé, quiero creer que sí.

*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]

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