El sujeto ideal ¿para transformar o para validar la realidad social?

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Desde diferentes disciplinas vinculadas al campo de lo educativo, como la Psicología, la Pedagogía y la Sociología, por referir algunas, siempre será necesario partir de una base real, a la que podemos llamar diagnóstico, para poder trazar los caminos y formas de llegar a las metas pedagógicas planteadas.
En este sentido, aunque se le da más peso y promoción al perfil de egreso, es obvio que quienes conciben los logros, los aprendizajes, las competencias que se van a alcanzar en cada nivel educativo, presuponen sin diagnóstico alguno un perfil de ingreso, desde preescolar hasta Universidad, de un tipo de estudiante que llega con ciertas habilidades motrices y cognitivas, pero que en la experiencia en el aula tienden, en su mayoría, a no presentar o haber consolidado, por lo que la palabra rezago es común, casi normal en el ámbito escolar, y dicho rezago no sólo retrasa los procesos de enseñanza y los de aprendizaje; en ocasiones también son un obstáculo o limitante que impide su consecución.
Sin embargo, en un ejercicio de concebir un escenario en el que estudiantes llegaran al nivel superior con el total de las cualidades y características que alguien imaginó, queremos creer que desde alguna teoría, lo que implica el logro total del perfil de egreso del nivel anterior, se tienen entonces las precurrentes para poder alcanzar precisamente el posterior perfil de egreso, lo que nos permite establecer una situación que deriva en una pregunta: el/la estudiante que concluye una formación profesional, ¿fue preparado para transformar o para validar la realidad social? En ambos enfoques educativos hay un anhelo y una promesa que, paradójicamente, parece no cumplirse, por lo que, desde un punto de vista social, las escuelas fallan en sus ideales.
Si las Universidades ayudan a validar la realidad social y, por ende, el sistema, todos y todas las egresadas alcanzarían los mayores logros económicos y reconocimiento social de la mayoría de la población, viendo así retribuido el esfuerzo de tantos años; lamentablemente no es así, sólo un porcentaje menor alcanza niveles altos de ingresos o reconocimiento y, para colmo, no necesariamente obtener mejores puestos o sueldos depende de su capacidad.
Por otro lado, si la apuesta ha sido formar transformadores de la realidad, es decir, personas con pensamiento crítico que cuestionan directamente lo injusto e inapropiado del sistema, por lo que implementan estrategias de cambio, tampoco hemos visto resultados porque pasan y pasan generaciones y las condiciones sociales, y con ello, obviamente, el funcionamiento del sistema, sigue siendo el mismo. Esto es totalmente entendible y lógico, dado que un proyecto educativo-político difícilmente tendrá en sus metas formar a personas que los cuestionen, critiquen y busquen removerlos del poder: por eso cada reforma, proyecto o cada plan educativo busca generar condiciones para el no cambio; este camino, por tanto, es menos recorrido.
El perfil de egreso es, por tanto, no una meta sino un ideal: define y establece aspectos concretos de un nivel educativo o una carrera, pero, en sus elementos y alcances más profundos, se dista mucho de realmente cubrirlos. Lejos de pesimismos y con una alta dosis de realismo, dejo una pregunta que invita a reflexionar precisamente sobre estos puntos: ¿qué porcentaje de egresados obtiene beneficios significativos derivados de su labor profesional y qué porcentaje ha devenido en agente de cambio social? Pensemos.

*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]

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