Docentes ¿caudillos de la educación?
Marco Antonio González Villa*
El término caudillo pareciera ser entendido por la mayoría; sin embargo, es difícil darle un sentido y significación que tenga consenso; etimológicamente encontramos una raíz que lo hace miembro de caput, cabeza, pero en los diccionarios encontramos definiciones tales como dictador, potentado, gobernante no sujeto a ley, líderes políticos sin proyecto o bien, eran quienes mantenían el orden y la convivencia en tiempos turbulentos. En México se consideran caudillos a diferentes personas de la Revolución mexicana.
Contextualizada precisamente en los inicios de la Revolución, la película El Escapulario, dirigida por Servando González y estrenada en 1968. Nos ofrece una idea de caudillo que seduce a muchos defensores sociales, ya que se considera como aquel que lucha por los sumidos en la pobreza y en la ignorancia, viviendo como animales y recibiendo en sus espaldas el látigo de aquellos que se posicionan más arriba. Esta acepción ofrece a un caudillo ético que lucha por causas justas como la eliminación de la desigualdad y las clases; sí, en los ideales, pareciera ser un hombre de izquierda, aunque, en lo estricto, estas luchas deberían ser las de todos los miembros de cualquier sociedad.
Es así que podemos pensar en las y los docentes como caudillos, lejos de pretensiones políticas, pero sí con un objetivo de transformación social: el caudillo contará siempre con el aval, el respaldo y la validación de una multitud que acompaña a las causas que sigue a un ser que no sólo es líder, es un ejemplo para cada uno.
Su trabajo consiste entonces en sacar a las personas, a los estudiantes, de la ignorancia, pero no solamente de aquella que tiene que ver con lo académico, con sus aprendizajes y/o competencias esperadas; eso depende del modelo educativo-político, no, también tiene la labor, como deber ético, de develar la ignorancia en torno a las diferentes formas en que el sistema genera y mantiene condiciones de desigualdad, lo que implicará desarrollar una conciencia de clase. Al mismo tiempo, se encarga de señalar y visibilizar diferentes problemas que atañen y sufren infantes y adolescentes, que van desde la falta de oportunidades hasta el abandono. Por su lucha, por su causa común, ser caudillo puede ser un camino a la trascendencia.
Obviamente, el caudillo nunca será una figura que convenga a los intereses de algunos y es por eso, y lo entiendo, que el temor de muchos y muchas docentes caudillos sea, como lo marca la historia y la película, el que tienden a terminar muertos; pensamos lógicamente en la simbólica y no en la literal. Aun así, terminaré el texto señalando una frase que, quisiera creer, pudiera ser un ideal de las y los docentes: Ojalá tuviera yo casta de caudillo… No es fácil la lucha, pero imaginen el sabor de la victoria. ¿Lo valdrá? El tiempo dirá.
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]