¿Cuál es el fin de la escuela? Entre ideales y el cinismo
Marco Antonio González Villa*
Independientemente de los ideales que suelen atribuirse a las escuelas, es un hecho que su función principal sigue siendo de carácter económico, seguido de una función política; y no aludo con esto último a la idea Freireana de la educación como acto político, no, en realidad hago referencia a que el trabajo docente es configurado, pensado y llevado a incidir lo menos posible en el desarrollo de un pensamiento sociopolítico.
En los 60, 70 y 80 aún era posible encontrar en las escuelas en México a docentes con ideas socialistas de base marxista, llamados comúnmente rojos o rojillos, que hablaban desde la teoría y los ideales de una suerte de transformación de la sociedad hacia modelos más igualitarios que no lograban y no lograron concretarse, terminado con la caída del Muro de Berlín, del régimen socialista y, precisamente, de los ideales. Fue entonces el momento oportuno, desde las curules, para fortalecer la idea de que en las escuelas, cada docente debía guardar silencio y mantenerse al margen del cuestionamiento o proselitismo político en las aulas: precarizar su situación económica, disminuir los estándares educativos y cargar de trabajo administrativo y responsabilidades, desde entonces, solamente como distractores y elementos que imposibilitan las manifestaciones y cuestionamientos docentes. Así se ha conseguido despolitizar a escuelas y docentes de tajo; la escuela forma a estudiantes que se insertarán al mundo laboral en cualquier momento, no está formando agentes de transformación social.
Es aquí donde el teórico alemán Sloterdijk entra en escena y plantea la noción de razón cínica, que establece que en las sociedades modernas existe un desencanto, una pérdida de ilusiones colectivas: lacónicamente, el concepto señala que son muchas las personas que tienen conciencia plena de las deficiencias, inmoralidades, las mentiras, opresión e injusticias que el sistema posee; sin embargo, se sigue perteneciendo y actuando conforme a lo que el sistema defectuoso establece, jugando sus cartas, asumiendo una postura de resignación y de indefensión apabullante que convence a todos y todas de la imposibilidad real de generar cambios sociales. Este tipo de cinismo señalado por el teórico, no lleva a la transformación, tampoco se rebela ya que se opta por no actuar; sólo lleva a que cada persona vele por conseguir lo necesario para seguir viviendo en un conformismo.
La incapacidad y asunción de no poder cambiar nada lleva a que las únicas actitudes “revolucionarias” que se tienen, presentes en una gran mayoría, consistan en publicar o brindar apoyo a comentarios y videos posteados en redes sociales, haciendo de las personas opinólogos y no agentes de cambio, usando cómodamente un celular como único instrumento de protesta.
No obstante, siempre queda una ventana de oportunidad para terminar con este cinismo, por lo que es necesario buscar, primero, una unión entre docentes que nos conforme como una comunidad, para posteriormente promover un cambio de las prioridades educativas establecidas por los políticos, a través de manifestaciones, foros y escritos que rompan con el silencio y busque politizar la educación, con un fin social, no económico. Para cambiar a la sociedad, primero requiere un cambio en la actitud del magisterio, después pugnar por revalorizar nuestra función social y, posteriormente, brindar alternativas de solución para problemáticas de nuestras comunidades y después, ahora sí, lograr cambios sociales. Luchar por los ideales o asumir una postura cínica, es sólo una elección: ¿cuál decido para mí? El futuro lo dirá.
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]