Ética y empatía: rol e identidad como condición
Marco Antonio González Villa*
Hace algunos años varios compañeros organizamos un ciclo de cine para abordar diferentes fenómenos sociales, y a un servidor le pareció interesante analizar la película El campeón de Franco Zeffirelli para observar las relaciones familiares: al final, como normalmente ocurre, todos estaban sensibilizados, menos un profesor joven, a quien la película le pareció un vil drama sin mensaje, digno de programa vespertino de televisión abierta. Sin embargo, su respuesta tiene mucho sentido si consideramos que era el único docente de los presentes que no tenía hijos, por lo cual no pudo conectar con la película.
Esto que ocurrió en el ciclo, es algo que normalmente pasa entre los miembros de una sociedad y que se convierte en una limitante para poder conectar a unos con otros y otras: la mayoría de las personas sólo pueden ser empáticos y éticos con personas con las que se comparte un rasgo identitario o un rol social, en donde algunos elementos identitarios pueden estar impregnados de racismo o clasismo, estableciendo una distancia amplia entre un grupo y otro.
Gracias a diferentes expresiones artísticas como la música, el teatro o el cine, hemos sido capaces incluso de conectar con robots, animales, la luna, muebles, medios de transporte y/o comunicación, piedras y montañas, en fin, con todo aquello que se nos muestra en situaciones antropomorfizadas que dejan en claro que esto no es una característica de la etapa preoperacional piagetiana, sino que se mantiene a lo largo de la vida. La situación, el contexto y el rol social, como ya referí, son elementos que favorecen la conexión o no. También podemos ser empáticos con la naturaleza y los animales; los medioambientalistas y los bioéticos nos lo han demostrado, pero no podemos serlo con otras personas, lo cual es interesante, pero triste al mismo tiempo.
Gloria Anzaldúa, la filósofa chicana, planteaba que es el dolor un algo que todos hemos vivido y que, por tanto, nos une independientemente de los roles sociales que se jueguen; sin embargo, no todo tipo de dolor puede ser compartido, comprendido o sentido: perder un ser querido, sufrir maltrato físico o sexual, no ser querido por padre y/o madre, ser robado o despojado de algo valioso, no poder alcanzar una meta, vivir en medio de la guerra, entre muchos otros, son formas de dolor que pueden ocurrir a cualquier persona, independientemente de su condición física o social, pero hay otras formas de dolor, como sufrir de pobreza o vivir discriminación por una condición económica, religiosa, sexual o física, con las cuales no conectan muchas personas, percibiendo tales condiciones como lejanas en sus vidas, imposibilitando la construcción o fortalecimiento del tejido social.
Ser una persona ética y empática, entonces, no es natural y tampoco fácil, porque lamentablemente se condiciona y determina externamente, dado que precisa sí de un sólido componente de sensibilidad, pero también de aprendizaje, en casa y en las aulas, en donde mediante el ejemplo y la reflexión se logre la comprensión del sentir y situación del otro, junto con el fomento de la solidaridad… Pero si esto no se promueve por madres, madres y docentes, seguiremos teniendo generaciones que no conectan unas con otras, por tanto, poco empáticas y carentes de ética entre muchos de sus miembros. Aún estamos lejos de lograrlo; ¿cómo sensibilizar ante la diferencia? Ese es el reto, espero me comprendan.
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]