Todas

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

“No llego sola —dijo Claudia Scheinbaum en su discurso de posesión presidencial—: llegamos todas”.
Como causa legítima de reivindicación de los derechos de las mujeres, el feminismo sólo puede argumentar triunfos a través de una presidencia, un premio Nobel o una dirección empresarial. Son ventanas que dan notoriedad. Como dijo la presidenta, “una” es “todas”.
En lo secreto, la lucha del feminismo alcanza la sublimación en las relaciones afectivas: el novio o el marido, los hijos, los hermanos y padres; en las relaciones laborales: los jefes y compañeros, los subalternos; en la vida civil: la policía, los conductores de coches, los vecinos, los curas de las iglesias… Las mujeres merecen los mismos beneficios que los hombres. El género no es una jerarquía intrínseca ni supone superioridad de ningún tipo. La civilización poco a poco lo entiende.
La lucha por la igualdad de género al parecer tiene que ver con la educación, la crianza, la cosmovisión.
Ser mujer aún es una condición vulnerable en un país donde la inseguridad ocasiona desapariciones, violaciones, faltas de respeto y agresiones.
Que una mujer ocupe la presidencia de la república en un país como el nuestro, no es un asunto menor.
Significa que las generaciones cambian. Y que Sara García no es más que la imagen publicitaria de un chocolate.
Las películas que bendijeron la abnegación femenina, la gordura como símbolo de la dejadez a la que estaban condenadas y la vejez dignamente asumida a cambio de la veneración puertas adentro de los hogares, parece quedar atrás en el inconsciente colectivo.
Al menos en los centros urbanos y entre las clases socioeconómicas con mayor acceso a la información.
El 2 de junio, los votantes mexicanos eligieron entre dos mujeres, a una de ellas, y de forma arrolladora. El resultado demuestra que la población civil está en proceso de superación de los atavismos y prejuicios.
Aún queda mucho que hacer desde la educación al interior de las familias, con padres y hermanos. En los centros laborales, con jefes y compañeros. Y en las calles con los conductores y los transeúntes para crear las condiciones de igualdad, seguridad y trato digno. Depende de los maestros y maestras, los políticos y políticas, los jefes y jefas. De manera que la armonía se instale en las diferentes áreas que conforman la vida cotidiana.
Pero algo es algo. El sexenio empieza con esa esperanza. El trato digno hacia las mujeres abarca también el trato respetuoso hacia los viejos y los niños, los enfermos, los que optan por una orientación distinta; los que piensan diferente y los que cuestionan los paradigmas.
En una sociedad democrática, la diferencia enriquece.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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