La sobreprotección: crónica de un fracaso anunciado
Marco Antonio González Villa*
Hay, lamentablemente, una línea muy delgada entre proteger y sobreproteger aplicadas a los cuidados de niños, niñas y adolescentes, que a veces resulta imperceptible identificar y diferenciar entre cada una de dichas prácticas; sin embargo, son los resultados a largo plazo los que revelan el tipo de acción que se ejerció, evidenciando también una posible mala intención de fondo en ello.
En términos prácticos, proteger implica salvaguardar la integridad de los menores que nos permitan lograr dos objetivos sociales básicos: 1) garantizar condiciones que permitan un desarrollo físico y psicológico saludable, que implica alimentación, vacunas, cuidados, afecto, entre otros, y 2) dotar de recursos físicos y psicológicos para poder hacer frente a las vicisitudes de la vida. Este punto es el que resulta complicado poder advertir y definir, ya que tiene un enfoque hacia el futuro, pero muchas personas, figuras parentales y autoridades educativas, principalmente, sólo se centran en el tiempo presente y no visualizan los efectos a largo plazo.
El teórico Alfred Adler planteaba que existen tres factores que deben corregirse o compensarse en los menores o, en caso contrario, generarán estilos de vida inoperantes en lo social con altas posibilidades de que las personas sean infelices y desgraciadas. Dichos factores son limitaciones de naturaleza orgánica o psicológica, el rechazo-abandono y una niñez consentida e indulgente.
Centrándonos en este último factor, aunado al objetivo social de dotar de recursos físicos y psicológicos a los menores, tenemos que preguntarnos forzosamente ¿qué necesita un menor para poder enfrentar en el futuro de manera funcional y plena el mundo laboral y/o profesional? La sobreprotección tiende a caer en consentimiento y en indulgencia precisamente, se argumenta que es desde el amor, pero cualquier padre o madre, incluso docente, saben que hay cosas que se deben hacer por el bien de un menor, como generarle hábitos, exigirle la realización de tareas, así como mantener y respetar una serie de normas en la convivencia, así como disciplina.
Quien pide que los menores, desde preescolar hasta medio superior, no tengan ningún tipo de exigencia, que no respete las normas disciplinarias, que no se esfuerce, que no se le genere ni el más mínimo estrés y les hace creer que su opinión, sus intereses y puntos de vista están por encima de los demás, están preparando a una persona para un mundo que no existe y que será sumamente frustrante. No hay espacio para explicarlo aquí, pero sugiero que investiguen acerca del síndrome de Münchausen, que en lo general señala que la sobreprotección es en realidad un odio disfrazado contra un menor, buscando hacer de él un inútil y dependiente social.
El mundo real, el laboral sobre todo, no es constructivista ni consentidor, es totalmente conductual: los trabajos son estresantes, demandantes, exigentes, con normas claras y definidas, en donde no pueden acudir mamá, papá o un subsecretario de educación a exigir menos trabajo y consideraciones para un empleado, así que quien no puede con esta carga y forma de trabajo simple y sencillamente se irá de una empresa o institución, como resultado tanto de la mala formación que se le brindó, haciéndole creer que los jefes o patrones siempre iban a pensar en su tranquilidad y relajamiento antes que en los resultados, como por la idea de que ya simplemente acudiendo y haciendo poco le iban a pagar completo, sin que importen los conocimientos o las habilidades, como desafortunadamente también le han hecho creer últimamente en las escuelas.
Dejemos entonces la sobreprotección a un lado y preparemos a cada estudiante para enfrentar el mundo real sin editar. ¿No es la idea final de un aprendizaje significativo? Yo pensaba que sí.
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]