Felicidades

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El cumpleaños revela la existencia y la intensidad del afecto. Y las personas de las que procede.
Quien felicita, recibe algo invaluable a cambio: la sinceridad (nadie rehúsa una felicitación, pero el aprecio o el rechazo no puede impostarse).
El felicitado es siempre un ser en quien se materializa de forma sensible el agradecimiento. Y el agradecimiento construye templos, ciudades, planetas… Amistades profundas y recuerdos imborrables. Los amigos son suficientes para el emprendimiento de cualquier hazaña.
Felicitar es un acto de fusión espiritual. Ocurre entre dos manos que se saludan o a través -sobre todo- de un abrazo.
En el abrazo hay un intercambio químico de estados de ánimo, perfume y sonrisas. El mundo deja de ser una abstracción y se convierte en Andrea, en Eduardo o Jesús.
La felicitación provoca la involuntaria aparición de la esperanza, con la misma prestidigitación con que la magia fabrica el asombro. Sin querer queriendo, como dijo El Chavo.
Porque nos hace seres gregarios que comparten ruta y destino. Aquí y ahora. Brazos y espaldas.
De manera que felicitar es reconstruir el rumbo de la civilización humana. Lo regresa al cauce. Volvemos al origen de lo que somos: especie en busca de sentido. Solos en pos del contacto.
Y nos iguala, tal vez, un poco, a Dios en su potestad creadora porque alumbra, genera vida. Los amorosos se tocan (dice Jaime Sabines) para saber que existen. Para intercambiarse un poco de su esencia. No es exagerado decir que el secreto de la longevidad está en la frecuencia y la cantidad (y calidad) de los abrazos.
La felicitación es una prueba irrefutable de que somos seres vivos. Y que queremos seguirlo siendo.
La felicidad y la felicitación son hijas de la misma etimología. Felicitar es hacer feliz a otro, siéndolo uno en sí mismo. Dar es recibir.
Se felicita para ser feliz. Y para hacer feliz a otro. En ese ritual se produce una tercera cosa, con independencia: la felicidad. Que se posa como niebla entre las calles y la gente.
Las felicitaciones son epifanías. Anuncio profético. Conciencia de nuestra condición como especie y certeza de nuestro destino en la tierra.
Se felicita por varias razones. La principal, cumplir años. Se cumplen años como cumplir metas. La supervivencia admite festejos. Se celebra la resistencia: cincuenta son muchos años; cien son ya demasiados: tantos, que más que felicidad, admiten compasión.
Las felicitaciones se reciben con humildad. La mejor felicitación procede del espejo: confirma el yo. Nos prepara para reconocer a los otros.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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