Dolor escolar: ¿lo minimizamos, banalizamos o romantizamos?

 en Marco Antonio González

Marco Antonio González Villa*

Hay un fenómeno social que ha ido creciendo, cuyo impacto empieza a generar fracturas y heridas al interior de las familias y de las escuelas de manera realmente preocupante: nos referimos a la forma en que se significa el dolor en la actualidad.
Desde diferentes perspectivas psicológicas y filosóficas, como el Psicoanálisis o la teoría de la ética de la interconectividad de Gloria Anzaldúa, el dolor, con un amplio fundamento subjetivizante y estructurante, es también un elemento que nos une como personas a unas con otras, dado que toda persona, física o psicológicamente, ha sentido dolor en algún momento de su vida, ya sea mediante heridas o pérdidas comúnmente. El dolor es inevitable.
Sin embargo, la forma en que se aborda y atiende tanto en la familia como en la escuela y en la sociedad en general, pone de relieve una desvalorización de sus alcances y efectos.
El aumento en los casos de ansiedad, depresión y suicidio en infantes y adolescentes, evidencia que al interior de las familias ha ocurrido algo que provoca y no atiende el dolor de los menores, siendo probablemente ahí el origen de su sufrimiento. ¿Por qué aumentó la violencia intrafamiliar y la ansiedad en las familias durante la pandemia? ¿No se suponía que estábamos todos con nuestros seres queridos? Es en los espacios y con las personas más significativas en dónde el dolor puede empezar, pero las familias han minimizado su nivel de responsabilidad y, así, abandonan a los menores a su suerte y a otras manos, como la escuela.
Cuando la escuela asume, por indicación, atender el dolor de sus estudiantes, también minimiza las causas del dolor de cada uno: cualquiera puede atender el dolor de un estudiante, aún sin la preparación necesaria, empleando, en ocasiones, frases de la Psicología positiva comercial que plantea propuestas de intervención del tipo “pues no sufras”, “todo va a estar bien”, “eres fuerte, tú puedes”, sin atender las causas reales; si cualquiera puede atender este tipo de problemas, implica que no es un problema realmente grave. Surge al mismo tiempo otra pregunta ¿y el dolor de los maestros? Ellos no sufren, ellos lo superan fácil, y con esta idea banalizan el dolor docente.
En el contexto social tampoco es de mucha ayuda, sobre todo cuando se romantiza el dolor y en canciones, series y películas, o con diferentes artistas incluso, se plantea que el dolor no es tan malo, puede ser algo bueno e incluso puede ser el origen de un logro o la solución de un problema.
El dolor, en sus diferentes expresiones y, manifestaciones, es uno de los principales problemas del siglo XXI, pero mientras se sigan minimizando, banalizando o romantizando las causas, estará presente en cada contexto de la sociedad, incluida la escuela obviamente, ¿tienen las escuelas la capacidad de atender la depresión, la ansiedad y el suicidio?, ¿quién es el responsable de este creciente problema?, ¿las escuelas?, ¿los o las docentes?, ¿el modelo económico?, ¿la globalización?, ¿la crisis y ruptura de la familia?, ¿una posible fragilidad emocional o la ausencia de identidad? Es un problema de salud pública, ¿quién decidió que la escuela tenía que darle solución? Y una última pregunta, ¿está cada docente del país capacitado para atender el dolor, tanto el de sus estudiantes como el propio? Vienen los periodos de actualización, propongo lo abordemos en el pleno ¿o no?

*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx

Deja un comentario

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar