Desmadre

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El 10 de Mayo es una fecha que recuerda, sobre todo, el que no tiene madre.
Porque la tuvo o la niega, para quien carece de una, la festividad es una celebración discriminatoria. Las trabajadoras que son mamás tienen la exención administrativa para salir temprano de la oficina. En los varones, la paternidad nomás alcanza para un domingo meritorio cuya fecha resulta flexiblemente olvidadiza.
Curioso que se rindan honores a las madres, pero no a los hijos que la tienen (madre). No se sabe de patrón alguno que esté dispuesto a pagar el día sin trabajar para que los hijos lleven a comer a su mamá (a la de ellos, no a la de su jefe).
El 10 de Mayo compensa o tal vez subraye el heteropatriarcado. Lo que es parejo no es chipotudo, dicen los creyentes de la sabiduría popular.
Comoquiera, es un día que demuestra nuestra condición mamífera. Más que atavismo, por naturaleza estamos embelesados con el milagro de la maternidad. Un ser que gesta es digno por sí de admiración. El ser replicado por razón genética admite el asombro.
Los mexicanos abarrotan los restaurantes para demostrar a sus madres que los alimentos pueden significar mensajes de asepsia y veneración. El mole expresa la cantidad del cariño a través de la gastritis. El licor generoso de los postres, un afecto justificado, mareado, de excepción. El cariño que se adeuda el resto del año, el 10 se compensa de manera exacerbada. Se refieren anécdotas que no coinciden (los recuerdos son construcciones) entre madre e hijo. Las emociones no necesariamente se duplican.
Los hijos pueden acallar sus culpas con el pago de una cuenta razonable, un ramo de rosas y una frase melosa.
Para las madres contemporáneas, Sara García es un arquetipo superado. Prefieren un iPhone a una licuadora. Un viaje a la playa sin compañía a una reunión en casa de la nuera.
Los nietos son un mal necesario que cumplen la misión de recordarles a las madres de las madres su vejez, su dependencia, su disfunción renal.
El vínculo materno, aún siendo milagroso, perdió su halo mítico cuando la Venus de Willendorf descubrió la liposucción. La juventud se puede postergar mediante la liberación de las obligaciones maternas. Los hijos de las generaciones recientes han sido educados para no sentir compasión: apenas descubren la libertad, rompen el cordón umbilical, que implica cierto egoísmo económico: “lo que gano es para mí”.
El desmadre individualiza el ego y restaña la culpa. Basta una comida al año para cumplir con la obligación.
Cada vez más, nos vamos quedando sin madre.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

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