El mono
Jorge Valencia*
Nadie quiere sacarse el mono. El Día de Reyes se celebra como una concesión familiar que cumple el cometido de perpetuar el jolgorio navideño. Nadie quiere volver a la normalidad. Esa reunión resume, además, la expiación por la inasistencia al Año Nuevo, donde la tía soltera declamó a López Velarde y el abuelo se comió las uvas temprano, antes del conteo regresivo del locutor de la tele. El 6 de enero no goza de la solemnidad del 31 de diciembre ni de la emoción obsequiosa de la Noche Buena, donde se da y se recibe algo. Si el 24 todos asisten con ganas; el 6, lo hacen por compromiso, como un acto de culposa compensación. La rosca es patrocinada por el familiar que dio el peor regalo navideño; la sede la aporta la nuera menos apreciable, situación que justifica una asistencia sin alegría.
El derecho de cortar la primera rebanada lo merece el más viejo o de mayor rango familiar. De ahí, a su derecha. Los monos van saliendo conforme el cúmulo de la apatía de los participantes: el destino quiere que sea el novio adolescente de una sobrinieta, el marido divorciado que fue porque la abuela quería insultarlo con excesivo afecto y el niño de brazos, sin conciencia de nada, cuya rebanada la cortan sus padres.
Todos desdeñan los dulces que semejan jalapeños o morrones con azúcar. Rica, no sabe; mala, tampoco. Su auténtico sabor se discierne a través del chocolate o del champurrado, bebida que asume el propósito de transitar el bolo alimenticio (de ser posible, el propio mono disimulado) a través del esófago comprometido.
La reunión cobra el tono del hastío. De fiesta menor o de anticipo de la cuesta de enero. Si el “cordonazo de San Francisco” define los centímetros cúbicos que la lluvia traerá mensualmente, la noche de Reyes ratifica los afectos por reconstruir. La nuera ya eligió a la abuela; los hermanos intrincan sus intenciones.
En la oficina, la celebración sólo significa una razón para suspender actividades una vez más: la Candelaria es una promesa justificada. Los Godínez se rigen por el calendario de sus interrupciones. El mono es la evidencia de la continuidad de la fiesta.
El 2 de febrero llegará con la lentitud de una esperanza. Sin árbol ni esferas ni regalos. Sólo el frío, las deudas y los tamales. El mono aún conservará el azúcar de la resignación.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]