Pablo González Casanova, adiós a un tejedor social
Marco Antonio González Villa*
La semana pasada falleció, lamentablemente, uno de los personajes más apreciados por la comunidad universitaria y otros sectores sociales: Pablo González Casanova. De larga vida y trayectoria, murió a los 101 años, adquirió una formación académica sólida que le permitió ocupar cargos directivos importantes en el campo educativo, resaltando su papel como rector de la UNAM entre 1970 y 1972.
Ser rector en esos años no era cosa fácil, sobre todo si pensamos que aún sangraban las heridas del 68, además, se corría el riesgo de ser asociado a Luis Echeverría, quien había sido, se acepte o no, uno de los responsables de la matanza de estudiantes. Sin embargo, Pablo tomó distancia del gobierno, estableciendo diferencias políticas e ideológicas que no serían bien recibidas.
Durante su breve periodo como rector se crearon y empezaron a andar en 1971 los CCH, con una forma de trabajo innovadora y vanguardista que sigue siendo punta de lanza en el país en el nivel Medio Superior; también se incrementó la matrícula estudiantil, se generaron espacios para la izquierda política, que ha ayudado a la democratización de nuestro país, y se consolidó el trabajo de Educación a Distancia. Obviamente no todo fue fácil, ya que también le tocó vivir otra matanza de estudiantes, con el halconazo de junio de 1971, que derivó en una represión agresiva contra los jóvenes y los adolescentes, así como también sufrió golpes a la autonomía universitaria con el surgimiento del sindicalismo al interior de la máxima casa de estudios y la aparición de dos individuos armados en Rectoría, situaciones que lo llevaron a renunciar a finales de 1972. En poco tiempo hizo más que muchos rectores que, sin pena ni gloria, completaron sin problema alguno sus años frente a la UNAM.
Pero dejar la rectoría no mermó su espíritu de lucha y apoyó causas que le dotaron de un mayor reconocimiento social: defendió los derechos de los pueblos indígenas, que le generó, por ejemplo, acercamiento y simpatía con el Ejército Zapatista; no por nada, igualmente, sus trabajos escritos y su desarrollo teórico en torno a estos grupos han sido retomados por luchadoras sociales como la Socióloga Silvia Rivera Cusicanqui. La UNESCO le entregó en 2003 el premio José Martí por la misma causa.
Su vida se distinguió por ocupar diferentes cargos y recibir distinciones de diversas instituciones educativas, pero nos hemos centrado aquí en aquellos aspectos que, por ética y compromiso social, hacen del académico un tejedor social: hizo patente que aún dentro de un contexto de derecha se puede mantener e implementar un proyecto y una postura distinta, con miras a beneficiar a mayorías y no a ciertos grupos privilegiados. Descanse en paz, su nombre quedó inscrita en la historia de México y de la UNAM.
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]