Desobligados

 In Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Ser un desobligado implica esfuerzo y concentración. Hay quienes piensan que es un acto de abandono de sí, pero significa mucho más: un alma atormentada que no encuentra la paz. Luego, la culpa que la tradición judeocristiana ha depurado a base de amedrentamiento post mortem. El aislamiento de los otros para quienes el lumpen paria es mal ejemplo y por último la renuncia a los deseos -eventuales pero frecuentes- y el entusiasmo por actividades varias cuyo seguimiento tarde o temprano quedará trunco (el poder de las certidumbres existenciales…). El desobligado se rige por convicciones profundas (la falta de las mismas) y una concha sobre los lomos del tamaño de una casa. Aguanta indirectas y conversaciones motivadoras cuyo propósito es provocar una reacción en la víctima: que por artes de la persuasión el otro se levante y ande. Estudie o trabaje o haga algo de provecho (se meta a misionero, voluntario de la Cruz Roja o vocero de PROVIDA). El desobligado ha de padecer embestimientos e injurias: “¿quieres ser un bueno para nada como tu tío?”, dicen las madres a sus hijos. No recibe regalos en su cumpleaños ni felicitaciones por el año nuevo. El desobligado entra en un purgatorio sin sobresaltos, sin principio ni final. Ni trama.
Si la historia de Occidente es lineal, comienza con la Creación y concluye con la segunda venida de Cristo, el desobligado es un hoyo negro en el paradigma de la historia contable. Es un “aquí y ahora” que se posterga ad infinitum. Vegeta sobre la mar de la casualidad y el abandono. Se declara ciudadano ilustre de la república de zombilandia. Filosofa inducido por la lectura persistente del techo. Mira en lontananza, a través de ventanas imaginarias, mundos paralelos que no son pero podrían. El mundo confabula en su contra. Lo sabe por intuiciones y cabos que se atan con el oficio del hacedor de hamacas (el psiquiatra dice “paranoia”). El desobligado vive como conejito de la creación y espera la segunda venida de Cristo. Sube y baja las escaleras de su destino con fanática fruición, sin arriba ni abajo ni origen ni destino.
Algunos se meten a políticos. Otros a entrenadores de selecciones extranjeras donde los tomatazos adquieren sentidos contrarios que les arrebolan y les incentivan la permanencia (pero que tarde o temprano quedará interrumpida). Son los Anacletos Moronoes sin Lucas Lucatero. Los que retratan para estampitas de escapularios y declaran en redes sociales. Y viven con fidelidad dogmática los oficios de la Semana Santa.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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