Influyentismo

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La única especialidad que garantiza el futuro en México es la del influyentismo. Hace falta un tío oportuno o una deuda moral –a veces material– que un conocido salde mediante una recomendación decisiva.
El beneficiario casi siempre suele padecer oligofrenia. Inexperiencia o un perfil fuera de radar. Practica el aforismo de echar a perder para aprender. Nunca falta una secretaría o una plaza blindada donde el recomendado pueda hacer sus pininos.
Los pininos son patas. Errores o simples torpezas que a otro le costarían el trabajo. Para éste son pequeñeces que el tiempo olvidará y corregirá. Su mérito está en el favor cubierto. Mientras menos capaz, mayor el beneficio para todos, bajo una ecuación culturalmente justificada.
El nepotismo ha adquirido el rango de una ilegalidad disfrazada. En nuestra tradición no hace falta compartir apellidos para ser parte de una familia. Por eso el recomendado sólo lleva las costumbres, pero no siempre la sangre del padrino que lo recomienda. Basta ser el ahijado del licenciado para tener una carrera prometedora.
A nadie asombró que LaVolpe llevara al Mundial de Alemania a su yerno y dejara afuera a Cuauhtémoc Blanco, el mejor 10 de nuestra historia futbolera. Lo que en otro país habría sido escandaloso, en México sólo adquirió el tono de una anécdota curiosa. Si contra Argentina el prócer de Tepito hubiera alineado, quizá otro gallo nos cantara. Nunca lo sabremos.
Los fracasos se sobrellevan mejor entre personas que se aprecian. O que se deben favores.
La regeneración referida por los miembros de la 4T no sólo se ve imposible sino fantástica en un territorio donde el conquistador Hernán Cortés no fue Virrey porque le faltó una “palanca” ante Su Majestad Carlos V.
El influyente garantiza los ascensos y minimiza la gravedad de los yerros. “Nació con estrella”, dicen de él como una forma de denominar al destino. En rigor mexicanista, el horóscopo se supedita al mecenazgo de alguien indicado, al paso del tiempo y al hartazgo de los aspirantes a la misma plaza. Nuestro sino sigue siendo un dedo que señala, elige, sostiene. La democracia se sostiene en el capricho del tlatoani.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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