21 años

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

En su columna del periódico Mural, Catón comienza todos los días con la frase “un voto por Morena es un voto contra México”. Queda claro que esa sentencia editorial sólo es posible en un ambiente de apertura democrática, donde cualquiera puede decir cualquier cosa, siempre y cuando pase los filtros del editor. No es una gracia en un país de leyes pero quienes vivimos los últimos 30 de la hegemonía antidemocrática del PRI, sabemos que escribir una cosa así hubiera significado el fin de la carrera periodística de su autor, en el mejor de los casos; en el peor, un atentado que habría aparecido en los diarios como crimen pasional.
En veintiún años del inicio de una presidencia no priísta, el saldo de la democracia en México es el de la libertad para elegir y elegirse. Libertad para publicar opiniones anti o pro gobiernistas. Una libertad sólo restringida por la inseguridad y la banalidad cuyas repercusiones extremas pueden ser el asesinato o la elaboración de un meme. En ese rango.
Un poco más de doscientos mil jóvenes votaron por primera vez en las elecciones intermedias más competidas de nuestra historia, donde lo que se juega, principalmente, es la pluralidad en el Congreso. Además de algunas gubernaturas, alcaldías y diputaciones locales. Estos jóvenes votantes no vivieron el problema de las urnas embarazadas, el temor de acudir a la casilla, el voto “corporativo”, las boletas electorales con la fórmula exclusiva del candidato oficial… Elecciones donde la única sorpresa eran los triunfos plurinominales.
La conclusión de las campañas ensangrentadas por el crimen, paradójicamene polarizadas por la superficialidad de candidatos bailarines, chistositos, sin narrativa política definida, es el ejercicio del sufragio como un derecho conseguido a fuerza de riñones. Libertad para empeñarla. Para lanzar los dados.
Todos los candidatos se han declarado ganadores. Todos los partidos han festejado anticipadamente. Hasta esto admite una democracia fundada en las impresiones y los latidos del corazón. No por eso cordial.
Los votantes, bombardeados por amenazas y “fake-news” tanto de medios tradicionales como por las redes sociales, han votado por el candidato que es amigo de un primo. No interesan posturas ideológicas –tal vez ya no existan– ni contenidos programáticos de nadie.
El voto como instrumento de poder individual, no como la suma colectiva de un interés de clase. No por la seguridad ni por un proyecto económico sino por el afecto y la intuición.
Lo mejor de las elecciones de este domingo 6 de junio es la finalización de las campañas, con su inmoralidad y ausencia de imaginación. Despilfarro. Crimen. Alianzas antagónicas. Desilusión.
21 años después del inicio de la democracia en México, conducimos el tren de un país sin rumbo. Echando a perder se aprende.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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