El arte de pasar inadvertido

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

En un mundo que permite y privilegia el exhibicionismo a través de las redes, pasar inadvertido resulta una postura combativa. Negarse a tener una página de Facebook significa un acto de rebeldía. La discreción es una actitud sospechosa en un sistema regido por Big Brother, como previó el novelista George Orwell en “1984”.
Nunca como ahora la gente quiere mostrarse, opinar, “estar”. Hace mucho que el ser se supedita al tener y al pertenecer. Las redes sociales ofrecen esta posibilidad en una pasarela de la existencia. El cosmos digital resume la paradoja de Schrödinger: el gato está vivo y está muerto a la vez, como atestiguan los difuntos que hace mucho dejaron de respirar, pero siguen enviando solicitudes de amistad.
El más allá está precargado en el “smartphone”. Las pirámides egipcias y las tablets están ligadas en la continuidad del inframundo, donde los muertos y los vivos mantienen una relación interactiva. Wikipedia funge como médium: todos los que son, están.
El arte del recato se resume en evitar la digitalización de una vida. Negarse a la eternidad satelital de un “enter”, un explorador, un curioso fortuito.
La voracidad de internet incluye todo: biografías y teorías, anécdotas y crónicas. En la infinita biblioteca el lenguaje se reduce a imágenes: la flor es una foto sin aroma, una descripción que nadie atiende.
Pasar inadvertido representa una conspiración voluntaria, un soslayo socioeconómico o la conciencia de una generación que va de salida y es capaz de vivir la vida sin anunciarlo en Instagram.
Hay un placer secreto en no ser nadie. Simplificar la trascendencia a los diálogos presenciales de los otros, los actos sin monografía y las opiniones sin editorial.
En su simplificación exhaustiva, las redes (la analogía con la pesca es perfecta) anonimizan la civilización. Allanan sus logros y sobrevaloran sus vicios. Un “influencer” se vuelve “viral” por lamer un retrete. Derrumbar al Doctor Simi se convierte en deporte de ociosos y malandrines. Todos los días se distribuye un nuevo meme del presidente.
Cualquiera comparte un video, un audiomensaje, una foto de sus chilaquiles… Lo que abona a la magnificente futilidad de nuestra especie. “Homo videns”, definió Sartori. Seres a la deriva en espera de caer en las redes.
Internet es esa otra patria a la que podríamos pertenecer. Basta practicar algo raro para adquirir el privilegio de ser como todos. El pasaporte para el estereotipo y la disipación.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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