Elegía por la gordura
Jorge Valencia*
El gordo es un testimonio animado de la opulencia. Ejemplo de tolerancia ante las variadas propuestas gastronómicas. Sincretismo nutricional desbordado y plétora de estímulo al paladar.
Su generosidad le impide negar el incansable ofrecimiento de los otros. La obesidad es evidencia de su buena educación. No hay comida que desaire ni cena que deje a medias. Dulce, salado o agrio, acepta cualquier cosa con la resignación de un beato.
Todos los negocios exitosos tienen que ver con la gordura. Hasta las tiendas de moda fundamentan su éxito comercial en prototipos de anorexia que, por inalcanzables, obligan el consumo del gordito hasta su imposible satisfacción: comprar se basa en querer y -no poder- ser.
En Botero la gordura es una estética. Una visión artística de la realidad cuya pericia reside en el volumen. La existencia planteada desde la exuberancia. Sus gordos son seres que se desenvuelven en una normalidad ampliada. Ahí todo es abundante. Lo gordo no está en ellos sino en la mirada exterior de quien juzga la desproporción.
Los gordos son el último bastión de la rebeldía. En un mundo donde el exceso de kilos obliga un pago extra para abordar los aviones, el sobrepeso es una declaración de anarquía. Una elusión de la norma.
Si viajar es más costoso, vestirse con clase casi raya en lo imposible. El obeso elegante resulta un extremo. Aparece rara vez, como los años bisiestos. Ser gordo y exquisito es un fundamentalismo.
La gordura en la actualidad es noticia. Las personas más obesas son dignas de reportajes y entrevistas morbosas. La televisión los exhibe como fenómenos y los nutriólogos pagan su peso (el del gordito) en oro para ofrecer soluciones alimenticias innovadoras. Son comunes los programas de obesos que quieren bajar la panza a fuerza de ejercicios criminales y dietas de agonía. El clímax de estos “reality shows” ocurre cuando el sujeto llora y reconoce que no puede. Ese instante justifica los patrocinios y el voyerismo por la celulitis. El consuelo viene en forma de frituras: Barcel se anuncia con el denuedo paternal de quien siente lástima por un hijo enfermo.
Las distintas especialidades médicas se solazan con argumentaciones tendenciosas hacia el desprestigio de los gordos. Coinciden en el riesgo a la salud y juzgan el comer como un vicio deleznable. Se trata de sofismas si se considera que el sobrepeso nunca es una elección; sólo es una consecuencia.
La paradoja de los gordos radica en que su excesivo aprecio por la vida, que es comer, los condena a la posibilidad de perderla.
Históricamente, tuvieron su momento de gloria. En la Edad Media, los gordos fueron símbolo de plenitud, de fertilidad, de virtud. Los artistas renacentistas expusieron la pasión a través de madonas abundantes que modelaron el ideal humano. Dios niño es amamantado en aquellos cuadros por vírgenes monumentales que entregan su amor sin límite. Sólo una deidad podría deleitarse con semejante fuente de proteínas.
Para el obeso, todo es colosal. Quieren igual que comen. Ríen, lloran, sufren tempestuosamente.
La imagen del gordito feliz ha perdido su encanto. Llegará el día en que, como ocurre con los fumadores, los gordos tendrán que sentarse en la terraza de los restaurantes, donde serán vistos en lontananza y de reojo con la repulsión del que se atasca de vida. En todo caso, “las penas con pan, son menos”.
*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx
¡Excelente! Ahora la comunicación en los medios masivos le ha creado a los gordos un enorme sentido de culpa. Cincuenta años atrás no había tanto gordo, pese a que la cultura del ejercicio no era motivo de consumo. La gente caminabamos largas distancias, cuando habíamos menos habitantes, menos tráfico en las calles y sobre todo seguridad, simplemente nos gustaba caminar. Ahora la gente camina a marchas forzada en las estaciones enormes de trasbordo del metro en la ciudad de México y por las mañanas en todo el país se nota que la disciplina del ejercicio, a quienes lo practican les está “asegurando” una vida sana y larga. Un abrazo mi estimado Jorge Alberto, excelente artículo.