40

 en Jorge Valencia Munguía

para Andrea

Los “beatniks” inventaron la conocida frase “no confíes en nadie que tenga más de 30 años”. Fue la primera generación que expuso con claridad combativa la escisión entre viejos y jóvenes. Y eran gringos. Su postura fue estética y existencial. Se negaron a seguir los cánones literarios y decidieron vivir en el exceso. Ya antes los románticos, los simbolistas franceses, los modernistas hispanoamericanos y finalmente los vanguardistas hicieron lo que pudieron en una cosa y en otra. El valor artístico de su obra debe discutirse aparte.
Su herencia es una guerra contra todo lo que tiene arrugas. Para los jóvenes da lo mismo tener 40 que 80 años. Su desprecio condena a los mayores a un limbo sin coordenadas históricas que nadie entiende. La suya, ya no es una postura estética; sólo es la negación del futuro.
Aún siendo por definición transitoria, la mocedad se ostenta en su rabiosa condición como si fuera permanente. Como si los chavos nunca fueran a padecer problemas de próstata. A esa edad es natural ofuscarse. La televisión y la red han difundido patrones que se asumen como definitivos: el desenfreno, la fiesta, la egolatría, el sexo…
El extendido culto a la belleza no radica más en la perfección de las formas sino en la tirantez de la piel. Lo joven es un parámetro muy lucrativo. Bajo esta perspectiva, las firmas comerciales han multiplicado sus ganancias. La vejez es una maldición que se conjura con cremas y afeites. Mediante una buena campaña publicitaria, la eternidad se vuelve efímera. La universalidad es propiedad de unos cuantos y la singularidad se fundamenta en la repetición.
Todo se achata y banaliza en una burbuja sellada donde el único pasaporte posible es la conciencia. Pero la conciencia viene dictada de afuera: del “Facebook”, del cantante entonado a base de sintetizadores y de los comerciales realizados en formato de cine.
Es paradójico que en su afán de originalidad los jóvenes acepten parecerse a todos. Visten igual, usan las mismas frases, tienen el mismo peinado y asisten a los mismos lugares… Hasta se llaman igual. Asumen su propio estereotipo como una bandera. Beben el veneno y todavía lamen la copa.
En México algunos aparentan ser “chakas”. Oyen música de banda y se confían secretos imaginariamente delictivos. Se toman fotos con cara de malos y divulgan versiones escabrosas de su propia persona. Al final del día, sus padres les dan la bendición y los duermen con un osito de peluche. Son tan víctimas de la inercia como los otros.
Si como dijo Jack Kerouac “la vida es un país extranjero”, llegar a los 40 es realizar un largo viaje para volver a casa. Recorrer distintos territorios, calzarse varios temperamentos, andar los suficientes caminos hasta reconocer el propio. Vivir es cometer un destino; emprender la hégira para llegar a sí. Como no se trate de algún elegido, nadie es nada antes de los cuarenta. Rimbaud lo fue, igual que Alejandro. Son excepciones. Sólo a los cuarenta comenzamos a pensar con la claridad de una noche sin nubes.
“Aullido” es el manifiesto poético de una generación que abjuró del mundo que le tocó vivir. Más de medio siglo después, el mundo sigue igual, más radical acaso. La santidad que plantea Allen Ginsberg como nota a pie de página de su primera edición, sigue vigente por la compasión humana que provoca. No obstante, la compasión parece una emoción que sólo se obtiene como un don con el cúmulo de los años. Los “beatniks” que aún viven, hoy son bisabuelos y reposan en los asilos; nadie tiene tiempo de escucharlos, nadie confía en ellos.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

Comentarios
  • Nicandro Gabriel Tavares Córdova

    ¡ Genial ! Una buena mirada al panorama actual.

  • Karla Preciado

    Un artículo que revitaliza, sobre todo cuando recién se pasa la treintena y se tiene esa pequeña crisis en donde una parte de sí se siente abandonada por ese incierto periodo que se llama “juventud”… Sin embargo, la edad va creando sosiego y estabilidad. Si aún me quedan 9 años para “nacer”… hay esperanza.

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