Una visión museográfica del presente escolar
Manuel Moreno Castañeda*
Cuando yo era profesor en una institución formadora de docentes, solía platicar con un compañero acerca de lo interesante que sería crear un museo pedagógico que diera cuenta de la historia de la educación escolar en nuestro estado, con esa idea empezamos a enumerar los objetos y evidencias varias que debiera haber. En esas cuentas estábamos con el recuerdo de algunos libros, tintas, canuteros, plumillas, secantes muebles binarios y más, cuando de repente nos percatamos que si bien había nuevos objetos en las aulas, éstas y muchas de las prácticas en su interior seguían intactas, que quizá en lugar de un museo lo interesante era observar como la educación del pasado seguía ahí, prisionera de su origen. Que observando con cuidado ahí estaba el museo vivo, sólo habría que ver la escuela con una visión museográfica.
Desde esa perspectiva, observamos un examen profesional con tres sinodales y un asustado examinando que reproducía los exámenes medievales. Quizá la única diferencia era el estilo de los muebles, pero no su orden y acomodo.
Los profesores se hacían llamar catedráticos, igual que aquellos que impartían cátedras en las catedrales de la Edad Media e igual que siglos atrás se asumían como fuentes privilegiadas y casi únicas de los conocimientos legitimados oficialmente y dictaban discursos que los estudiantes debían reproducir fielmente en los exámenes si querían obtener una calificación aprobatoria.
Los estudiantes ordenados en filas de butacas todos con las miradas fijas al frente, parecían atentas a las palabras del docente, no sabíamos si la misma atención se mantenía en las mentes, pero la apariencia del conjunto no difería mucho a la de un grupo escolar del siglo XIX. Era extraño ver más supervivencias de este siglo que del XX, pues no aparecían evidencias de las aportaciones de las ciencias de la educación de este siglo.
En las escuelas primarias se escuchaban combinados los sonsonetes de los métodos alfabéticos con los onomatopéyicos para aprender a leer y escribir, los grupos segmentados por la homogeneidad de las edades, los de seis con los de seis, los de siete y así en ascendencia hasta los niveles superiores, algo así como una producción en serie estandarizada, donde todos aprendieran lo mismo, del mismo modo, al mismo tiempo y lo manifestaran igual. Si, los esquemas de las escuelas lancasterianas creadas a propósito de la era industrial, que oficialmente habían sido canceladas en el Porfiriato, pero sus modos habían sobrevivido. (¿Han sobrevivido?) ¿Y dónde estaban las ideas que fueran nuevas en el pasado y no acababan de llegar al presente? Decroly, Fröebel, Montessori, Dewey, Freinet, Piaget, Vygotski, Estefanía Castañeda por hablar de nuestra patria o Abel Ayala para mencionar a Jalisco?
¿Dónde ver los nuevos adelantos científicos para mejorar el aprendizaje? ¿Qué de las ciencias auxiliares de la educación como la Neurología, la Biología, las aportaciones socioculturales, las diversas corrientes de la Psicología y otras ciencias más? Además no se veía mucho de las aplicaciones tecnológicas derivadas de esas ciencias. ¿Por qué esas adherencias anacrónicas, porque veíamos más elementos del siglo XIX que del XX?
No es que estuvieran ausentes pero eran pocas y pocos se veían, quizá también era falta de una adecuada curaduría que las hiciera presentes.
Bueno, esas eran reflexiones que Óscar Bitzer (Q.E.P.D) y yo hacíamos hace veinte años, ahora me gustaría volver a ver a las escuelas con esa visión museográfica a ver que encuentro.
*Rector del Sistema de Universidad Virtual de la UdeG. [email protected]