Un poco de cada cosa
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Suele decirse, cuando alguien es capaz de cocinar uno o dos platillos, “ya te puedes casar”; al igual que, cuando alguna persona demuestra tener alguna habilidad especial, “ya no te mueres de hambre”, implicando que, a esa persona, su habilidad le podría atraer ingresos. La escuela, en algunas de sus expresiones en la historia, ha sido concebida como un lugar en el cual se dota a los aprendices de habilidades básicas para aplicar al planteamiento y la solución de problemas generales. A partir de un ejemplo concreto, los estudiantes aprenderían caminos o secuencias de acciones para analizar las situaciones, establecer relaciones funcionales entre algunos elementos de esas situaciones y plantear soluciones.
Aun cuando algunos docentes y pedagogos suelen insistir en que el papel de las instituciones educativas y de todo el tiempo que invertimos en ellas es principalmente el de problematizar, hay otros que creen que el proceso enseñanza-aprendizaje consiste en encontrar analogías para resolver problemas a partir de los procedimientos y concepciones que ayudaron a resolver situaciones problemáticas previas. Algunos diseños de la educación, como la basada en lemas como “las cuatro erres”, que consistían, en un inglés coloquial, en “Reading, ‘Rithmetic, ‘Riting, Religion” (lectura, aritmética, escritura y religión) señalaban las habilidades básicas que debían manejar los futuros ciudadanos. Con manejar esos contenidos cada persona sería un ciudadano de bien, capaz de manejar sus negocios en el acontecer cotidiano, de manera letrada, exacta y moral.
Resulta que la complejidad de las sociedades contemporáneas plantea la necesidad de conocer algo más que unas cuantas habilidades básicas. En las ofertas de trabajo se señalan incluso, además de las credenciales escolares mínimas para el puesto, que quien aspire a cubrirlo maneje determinadas operaciones para llegar a ser seleccionado. Entre los más frecuentes se encuentran los de “paquetería” de computadora, además de algún idioma adicional a la lengua materna (que en México suele ser el inglés). Lo que no dicen en las escuelas, ni en las ofertas de empleo, que es deseable estar informado acerca de nociones básicas de derecho, de psicología, de argumentación, de hermenéutica, de negociación, pues la construcción cotidiana de acuerdos acerca de lo que es la realidad social que está ahí afuera y a la vez en la manera en que la concebimos con nuestros interlocutores, requiere el conocimiento de muchos marcos intersubjetivos de actuación y de los contextos de funcionamiento, con Reglas explícitas e implícitas para el actuar y la interacción.
Aun cuando la escuela suele darnos cada vez más experiencia en cómo acatar las reglas sociales, entender las formas de reaccionar de individuos o grupos, entender que hay límites legales a los negocios y actividades que uno puede emprender en determinados espacios, son muchas las situaciones en que esos aprendizajes quedan implícitos. No es frecuente que se discutan las leyes, las historias, las anécdotas que sirven de antecedente a determinadas formas de actuar en nuestras comunidades más cercanas. Cada aprendiz acaba por aprender un conjunto de normas de actuación que rara vez se hacen explícitas y que casi todos los que actuamos en una sociedad suponemos que los otros saben. Así, la experiencia de lo aprendido es rara vez convertida en una narrativa acerca de lo que conviene aprender para moverse como pez en el agua. Así, cuando llegan las manifestaciones legales, psicológicas, son muy pocos, a veces sólo los especialistas, quienes comprenden la lógica de cómo proceder e interactuar. ¿Habrá algún día en nuestras escuelas una enumeración de lo que conviene aprender para moverse en la vida, para reducir conflictos y lograr el éxito en nuestras interacciones cotidianas?
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]