Un ejemplo y varios casos a seguir
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Leo con especial interés la noticia de que el gobernador del estado, Aristóteles Sandoval, entregó 20 autobuses y 620 bicicletas en el Centro Universitario de la Costa Sur de la Universidad de Guadalajara. Recibió el apoyo la nueva rectora de ese centro universitario, la Dra. Lilia Oliver. No sólo por el hecho de que la nueva rectora fuera mi maestra de historia hace ya algunas décadas, sino por la importancia de la movilidad en medios de transporte colectivos y en medios de transporte no motorizados. El hecho de que una institución educativa reciba ese apoyo es digno de seguimiento. Aun cuando no contamos con una línea base respecto a cuántos estudiantes y profesores u otros trabajadores de ese centro universitario se trasladan en transporte colectivo, en bicicleta, a pie o en automóviles particulares (con uno o con varios ocupantes), valdría la pena estudiar de cerca estos medios de transporte que podrían ayudar a reducir los índices de contaminación del aire.
Aun cuando la única cifra que se menciona en la nota de La Gaceta de la Universidad de Guadalajara (23 de mayo de 2016, pág. 4) es que los estudiantes ahorrarán aproximadamente $700 mensuales, cabe pensar en que la multiplicación por las 620 bicicletas y por la cantidad de asientos de los autobuses podría sumar varios cientos de miles de pesos ahorrados no sólo en combustible y pasajes, sino también se reducirá la cantidad de accidentes entre vehículos de motor, se contribuirá a reducir la demanda de espacios de estacionamiento en los alrededores del centro universitario y se propiciará que los estudiantes (y ojalá también los profesores) reduzcan algunos centímetros de cintura y aumenten algunos kilómetros de actividad física.
Un par de horas después de haber leído la nota, tuve el honor de participar como sinodal en un examen de grado de la licenciatura de antropología en otro centro universitario. La hoy licenciada Eva Lis Alcerreca Ramos defendió una tesis acerca de cómo los débiles visuales son altamente vulnerables en ciudades como Guadalajara, pues la infraestructura urbana y el transporte público no están adecuados para asegurar que estas personas puedan integrarse laboral y socialmente en la ciudad. Vale la pena seguir también estos casos de la manera en que nuestras ciudades y diversas zonas de ellas no sólo son accesibles, sino que son incluso hostiles a las personas con problemas de visión y con otras discapcidades físicas. Comenté en su momento que esta vulnerabilidad se amplía a grupos de edad como personas de la tercera edad y niños menores de 12 años, que encuentran reducida su movilidad y su acceso a espacios como las escuelas, pero también a espacios barriales, de esparcimiento, culturales o sociales.
Todavía no sabemos si los autobuses y bicicletas que se entregaron en el Centro Universitario de la Costa Sur se utilizarán prioritaria o exclusivamente para trasladar a los estudiantes de sus casas a sus centros escolares, ni sabemos si en algún momento los diseñadores de los espacios públicos urbanos tendrán en cuenta las necesidades de infraestructura y de traslado de las personas vulnerables (ciegos o débiles visuales, ancianos, niños, madres y padres con bebés y personas en sillas de ruedas). Por eso valdría la pena seguir de cerca estos casos y, una vez probada la efectividad de estos ejemplos, poner manos a la obra para aplicar estas ideas que ayudan a reducir la huella de carbono, los accidentes, las enfermedades cardiovasculares y aumentan las condiciones y calidad de vida de las personas de distintas edades.
*Profesor del departamento de sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]
EL camino hacia la civilización es largo, muy largo…demasiado largo