Un cafecito entre la luz y el sonido

 en Carlos García

Carlos M. García González*

La otra mañana, en el acto masoquista de todos los días, café en mano prendí el radio para escuchar el noticiero de las 7. De inmediato, como una luz venida de un rayo, me di cuenta que las noticias no cambian, solo los actores. Por ejemplo, los noticieros radiofónicos locales independientemente de la ideología y grupo de interés de su santo patrono. Cantan los mismos cuentos. Normalmente inician por anunciar “El robo del día”. En esta persistente sección nos enteramos de: en qué oficina, dependencia, instituto, o institución se desaparecieron: presupuestos etiquetados, partidas federales, estatales o locales, fondos de pensiones, cajas de ahorro, etc., que fueron bonitamente vaciados, desaparecidos, levantados, por algún jefe, jefecillo, jefazo o jefezaso. Se dicen los nombres los licenciados fulano, mengano o zutano; de los cuales uno recuerda vagamente y después olvida; aquí la señora autoridad cierra el caso antes de abrirlo con la gastada frase “se investigará hasta las últimas consecuencias”, que es como la línea tres: mucho polvo, ruido, molestia pero no se ve para cuando.
Le sigue la gustada sección “La queja del día”; en ésta se vierten indignaciones, acusaciones, señalamientos a la autoridad, la misma señora anterior, en contra de algún atropello, arbitrariedad, negligencia cometida a veces por la misma señora anterior. El tema objeto de la queja puede ser el comercio y sus precios, el comercio y la calle. O la fuga del presunto implicado autor indiciado del “robo del día”. En la sección de la queja del día, las lamentaciones y movimientos cabizbajos de cabeza con ánimos desaprobatorios tienen por función que el respetable público descargue su ira y desánimo. Por eso es tan gustada, después de expresar estos sentimientos se siente uno tan bien, tan satisfecho por el deber cívico cumplido que bien puede esperar uno tranquilamente hasta el siguiente noticiero. En este punto uno prefiere ignorar que dichas lamentaciones y quejas no cambian en nada el objeto de la queja, pues precisamente se trata de eso, de solamente quejarse; el llamado deporte nacional.
Todo esto me vino a la cabeza, decía como la luz del rayo, pero lo más divertido fue cuando escuché en el fondo de mis piensos, el sonido de ese rayo. Como me enseñó mi maestro de tercero de primaria: la luz del relámpago llega primero que el trueno porque éste viaja más lento. La luz a 3,000 kilómetros por segundo y el sonido viaja a 300 metros por segundo, aproximadamente. Cuando escuché al trueno las imágenes que vinieron a mi cabeza ya no fueron patrocinadas por la primitiva reacción emocional, sino la racional. Pensé, en que dichos jefes y jefecillos, estudiaron en alguna universidad, lo mismo que los abogados, contadores, gerentes, administrativos. Sus secretarias, encargados, choferes, empleados de sucursales bancarias y demás personal presuntamente implicado en los ilícitos –por acción, omisión y/o comisión– también son egresados del sistema educativo. Es nuestro silencio cómplice, o la “cola que todo mundo tiene que le pisen” como decretó aquél que retaba al inocente que lanzara la primera piedra.
Aquí, me dije, en esta historia que cuentan los noticieros, no hay tampoco inocentes. Y eso pasa cuando se une la luz y el sonido entre el ruido y la oscuridad de estos tiempos que como sentenció el director de cine Akira Kurosawa, son tiempos sin ley ni piedad.

*Profesor-investigador del Centro Universitario de Los Lagos de la UdeG. [email protected]

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