Trabajo docente: complejidad

 en Carlos Arturo

Carlos Arturo Espadas Interián*

Al margen de los modelos educativos, el profesorado posee una formación y una persona. Hablar del ámbito del sujeto, sin llegar a ser relativista por ello, es entrar en el terreno de los componentes que lo estructuran y le dan sentido perfilándolo en cuanto a lo que es. Lo que es un profesor, rebasa los límites de la formación disciplinar, se entreteje inevitablemente con su formación como persona.
Este entretejido complejo de lo que la persona es, cobra sentido al realizar las adecuaciones curriculares, les imprime un sello singular, específico, propio; que al mismo tiempo es particular y colectivo de una civilización que se reconstruye en un momento histórico-geográfico específico.
El trabajo docente trasciende la operación de los programas indicativos, no es una tarea inmediata de replicación o reproducción, por más que se desee simplificar la ecuación de la docencia, simplificación producto de teorías que pretenden absolutizar lo humano, cuando lo humano es rico en variabilidad. El trabajo docente adquiere sentidos distintos a la formación disciplinar y se extiende en el concepto mismo “formación”, al momento de trabajar con lo humano.
Es decir, trabajar con una máquina, no moldea máquinas, no las forma, no las orienta, sólo las opera y al operarlas, se obtendrá siempre lo mismo para lo que la máquina ha sido diseñada, bueno, salvo que haya sido modificada o esté fallando. Con los humanos, los resultados presentan infinidad de gradiantes determinados por el sujeto mismo objetivo de la educación formal.
Esta determinación se compone por lo que cada estudiante es, su vida en general, experiencias, formas de codificación, decodificación y demás. Quizá las conductas observables se pueden clasificar, categorizar e incluso determinar-prever, pero lo que pasa al interior del sujeto, sus emociones, percepciones y demás, en las condiciones de normalidad, sin que existan elementos que alteren su conciencia, posibilitan el desarrollo de aspectos, variaciones y diversidades tales que son exclusivas del sujeto que las experimenta.
Porque quién podría por ejemplo considerar que ama u odia igual que otra persona, cuáles son las medidas y si las hubiera, que tan confiable es el instrumento, que tan delimitado por la teoría y por lo tanto sesgado desde su origen.
Así, el profesor adecua programas, trabaja con seres humanos, personas; cosa que él mismo es. Así, la labor docente se complejiza y al mismo tiempo enriquece, con la suma de todo lo que quienes intervienen en él, son. La diversidad ideológica, de enfoques, de culturas e incluso quizá pudiéramos atrevernos a decir cosmovisiones, que entran en juego en el ámbito escolar, representan una oportunidad para reflexionar, diseñar variaciones en los procesos y buscar acciones que permitan armonizar este entramado complejo.
Así, ¿se podrá hablar de una estandarización en educación? Pues bien, Mario Bunge, en una conferencia declaraba que el instrumento de medición universal no podía existir, porque las características del universo son variadas. Si eso ocurre en las ciencias exactas, imaginemos lo que podemos decir en el ámbito de las ciencias humanas. Entonces, los instrumentos estandarizados arrojan resultados concretos que deben ser interpretados desde sus corpus teóricos que les dan vida. Por ejemplo, si seguimos elaborando instrumentos desde el constructivismo, fomentaremos, evaluaremos y obtendremos ciertas cosas, muy distintas en caso de aplicar un instrumento con otro sustento. Este es el problema real de la evaluación y de los instrumentos. Hay que trascender los modelos de evaluación estandarizados para generar propuestas que recuperen la diversidad que implica un proceso complejo como lo es el educativo.

*Profesor–investigador de la Universidad Pedagógica Nacional Unidad 113 de León, Gto. [email protected]

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