Te voy a cambiar el nombre

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

Los recientes diferendos entre los gobiernos de México y de Estados Unidos respecto a los temas de migración internacional, trasiego de estupefacientes y armas a través de la frontera compartida y la operación de grupos de distintas organizaciones delictivas han derivado en la propuesta del 47º presidente de EUA de llamar “Golfo de América” al cuerpo de agua que conocemos como “Golfo de México”. Aparte de que algunos han aprovechado para señalar que el más golfo de este país es el hijo y tocayo del 65º presidente mexicano, esa tendencia a cambiar de nombre a las cosas, ya sea en los mapas como en las realidades, parece distinguir a esta especie que se caracteriza por el uso del lenguaje para expresar afectos y animadversiones.

Ya hace unos meses, el primer presidente mexicano proveniente del Movimiento de Regeneración Nacional había señalado que eso de llamar “Cartel Jalisco” a una organización delictiva no debía continuar. AMLO pide CAMBIAR el NOMBRE al CÁRTEL JALISCO NUEVA GENERACIÓN “porque afecta a Jalisco”. Aunque se sospecha que hay un “secreto de amor” entre los gobiernos y parte de las poblaciones de Norteamérica que comparten con las organizaciones que trafican con estupefacientes, Joan Sebastian – Secreto de Amor (Visualizador Oficial) – YouTube, estos cambios de denominación no cambian la naturaleza de lo nombrado.

Desde hace dos meses hemos escuchado en los noticieros o leído en algunas páginas que a alguien, en el gobierno de Tultitlán, en el Estado de México (entidad federativa a la que mucha gente le ha cambiado el nombre por “Establo de México”), se le ocurrió cambiar el nombre a “Colonia Cuarta Transformación” a colonias conocidas como Fimesa II, Fimesa III y El Paraje en Cuautitlán Izcalli. Que los vecinos de esas calles hayan protestado y prefieran como nombre unas siglas de obscuro significado (entre los nombres desatados que enlista internet encuentro “Financiera Mecánico Eléctrica, Sociedad Anónima”) habla de que la idea de esa “transformación” no resulta afortunada. Con nombres de calles que también cambiaron a lemas y frases del gusto del 65º presidente mexicano, hay quienes protestan desde hace meses contra el gobierno del estado, como ahora hace la presidente de México contra la plataforma de Google por el cambio en los mapas para darle gusto al presidente anaranjado. Quizá del gusto de los simpatizantes de la regeneración guinda, pero los vecinos se enfrentarían a cambios en sus credenciales de elector, en sus títulos de propiedad, en los domicilios de sus negocios y viviendas, además de los trámites en el ayuntamiento, en las notarías y hasta en los documentos de sus hijos en las escuelas o los propios en sus empleos.

Hay muchos personajes que se han cambiado el nombre propio y muchos otros que han sido conocidos por los demás por sus apodos. Por ejemplo: ¿quién llama a Natalie Portman por su nombre real? (Neta-Lee Hershlag, nacida en Jerusalén en 1981). Algo similar sucede con dos personajes recientemente fallecidas, conocidas como “Paquita” y como “Tongolele”, cuyos nombres reales eran Francisca Viveros Barradas (1947-2025) y Yolanda Montes Farrington (nacida probablemente en 1933-2025), respectivamente. Otros nombres famosos ocultan los asignados en las actas oficiales, como el del pequeño Shakespeare (“Chespirito”) de Roberto Gómez Bolaños (1929-2014), “Mauricio Garcés” para Mauricio Ferez Yazbek (1926-1989), “Marilyn Monroe” para Norma Jean Mortenson (1926-1962) y “Voltaire” para Francois Marie Arouet (1694-1778), por señalar algunos.

En múltiples ocasiones los humanos acudimos al lenguaje para señalar con epítetos despectivos a quienes nos desagradan, o con sobrenombres cariñosos a quienes nos enamoran. Recurrimos a insultos, eufemismos, apócopes, metonimias, números en la lista de estudiantes o de solicitantes de algún servicio para aludir cuando no conocemos o no recordamos el nombre real de determinadas personas. También hay casos en que a algunos objetos les alteramos o les sustituimos los nombres por no parecernos decorosos. “En vez de tu nombre tan feo o tan raro, mejor te llamaré con este otro término”. Recuerdo un colega psicólogo que insistía en llamarme “Guillermo” y decía que yo tenía cara que le daba idea de que yo había sido bautizado así. Aunque pensándolo bien, quizá era que yo le parecía un poco “memo” en el sentido argentino del término.

En la pedagogía y en la didáctica hemos encontrado que aplicamos términos a determinadas cualidades, procesos o actos para poder clasificarlos o para poder transmitir la idea con términos más “mnemónicos” (es decir, pertenecientes o relativos a la memoria). Hay quien “descubre el hilo negro” o “inventa la rueda” nuevamente y disimula la idea antigua con un nombre nuevo. Es frecuente que se añada el término que alude a la supuesta novedad a la designación que sustituye a alguna otra de mayor tradición. Recuerdo a un amigo que llamaba a los claxonazos en la calle “estimulación aversiva”, así como algunos aluden a los golpes con el nombre de “consecuencias” y seguramente muchos nos hemos topado con profesionales del derecho a los que se alude como “abogángsters”, o con expertos en psicología rebautizados como “psicolocos”. Como ha mostrado en su desesperación la población de Tutitlán de Mariano Escobedo (que significa “lugar entre tules” y alude al militar neoleonés Mariano Antonio Guadalupe Escobedo de la Peña -1826-1902-, cuyo nombre adorna aeropuertos, calles y escuelas) y en su insistencia la 66º presidente de nuestro país, es difícil quitarse los motes con los que alguien quiere asociarnos. Quieran los dioses y los demonios que, al menos, sean motes biensonantes.

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. [email protected]

Deja un comentario

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar