También el que sonríe se lleva
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
En los momentos de “carrilla” escolar, suele afirmarse con la frase “el que se ríe, se lleva” que aquellos que se ríen de las bromas pesadas también estarán dispuestos a que los embromen y molesten. Si son tan bien humorados ante la desgracia ajena, podría suponerse que conservarán la risa y la sonrisa cuando la desgracia sea en carne propia. Ya sabemos, por el caso de François-Marie Arouet (Voltaire), que no siempre es así, pues el filósofo francés hacía sorna de todos mientras que a nadie le permitía reírse de él ni un petit peu.
En los meses de la pandemia, la sonrisa descubierta se ha tornado en muestra de escepticismo e incluso de apoyo a distintas teorías de la conspiración que afirman que el virus es un simple engaño, un truco, una táctica política, psicológica, económica o tecnológica. Distintos mandatarios han manifestado, con la cara y la sonrisa descubiertas, que el virus, como decimos en México, “les viene guango”, “les hace los mandados”, “no afecta a los feos”, “sólo enferma a los débiles o a quienes se lo creen”.
No obstante, desde Bolsonaro y Johnson, pasando por Trump y, en días recientes, por el presidente de México, la COVID-19 ha venido a sentar sus reales en los cuerpos de muchas personas escépticas. Medidas tan básicas como la distancia frente a otras personas y el uso del cubrebocas han sido cuestionadas por muchos de esos escépticos, como si por tener el puesto que tienen, por ser quienes son, o por el apellido que llevan el virus los respetará y se alejará de ellos.
Los casos del cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos y del sexagésimo tercero de México se unen a las evidencias de la existencia de una enfermedad que ha azotado a la humanidad, se crea en ella o no. Muy sonrientes y con la cara descubierta, estos personajes se han obstinado en ser contra-ejemplo de las medidas sanitarias que los gobiernos que ellos encabezan se empecinan en recomendar. Saludan de mano, se acercan a hablar con la gente, se ríen de quienes muestran su preocupación por el virus, contradicen a sus autoridades sanitarias, declaran que el virus “desaparecerá como milagro” o “que ya pasamos lo peor” y se declaran “optimistas, como siempre” en la presentación de datos limitados. El ahora expresidente de Estados Unidos declaró incluso que no era bueno realizar pruebas de detección del virus porque eso inflaba los números.
Ciertamente, a esos personajes sonrientes y de hablar pausado o iracundo no los pusimos ahí para saber de todo. Aunque al menos esperaríamos que reconocieran ser tan mortales como los que más, en especial dadas sus condiciones de salud precarias por su edad y su historia clínica o gastronómica. Nos hemos enterado de que su sentido del humor no es tan abierto como esperaríamos: si andas tan sonriente respecto a las muertes y desgracias ajenas, podríamos esperar que aceptes que la gente ría sin piedad al enterarse de tus comportamientos de riesgo y tus bravuconadas.
Recientemente han salido algunos paladines, como progenitores de hijos malcriados, a defender las desobediencias de quienes tienen la obligación de portarse lo mejor posible en los ámbitos público y privado. Ante los memes de burla por la derrota electoral o por los desatinos y declaraciones de humor involuntario como la “puntada” de enfermarse de un padecimiento del que todo el planeta quiere evitar, hay quien se indigna. Que la gente no debería reírse de quien le mostró los dientes a la pandemia desobedeciendo las medidas sanitarias. Reírse de quienes sólo se lavan las manos cuando de emular a Pilato se trata parecería un despropósito en estos tiempos de seriedad que requieren que todos cubramos nuestras bellas sonrisas y las mantengamos alejadas hasta de las personas que más queremos.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]